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Comer rico

Lea la columna de Dennise Pérez

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Soy una persona de costumbres marcadas. Y tengo algunos hobbies, como leer, que necesito en mi vida, pero que alterno con otros placeres. Es decir, aunque me encanta la lectura, no leo todos los días, a pesar de que debería.

Me encanta viajar, pero tengo que trabajar. Me encanta el vino, pero no me puedo meter una botella diaria (bueno, la mayor parte de los días). Me encanta tirarme a tomar sol, pero no puedo vivir como un lagarto ni exponiéndome al cáncer.

Entonces ¿qué me queda? Pues… ¡comer! Y usted dirá, bueno, pero no puedes vivir comiendo porque terminarás como elefante. Y hay algo de eso. Tengo una tendencia enorme a engordar porque tengo una tendencia enorme a comer. Es que soy del grupo ese de niños que se crio pasando muchísimo tiempo con su tía y con su abuela, que vivían metidas en la cocina todo el santo día y que determinaban mi estado de ánimo y mi salud de acuerdo con lo mucho o poco que comía. 

Dos fanáticas del “gordita y saludable”, aunque me metieran tocino a los 5 años, y leche directa de la teta de la vaca, recién ordeñada de madrugada por mi abuelo. Dos cosillas y costumbritas a las que le atribuyo la celulitis, pero que, según mi abuela, me daban anticuerpos privilegiados. Oh, well.

La cosa es que me quedó la costumbre, y quizás por el nivel de apego que les tenía, terminé convirtiendo la cocina, y la comida, en una experiencia personal de gran valor familiar, inicialmente, y social, con el paso de los años. Todo se resuelve con comer o cocinar. Todo se celebra, todo se conmemora, hasta los funerales terminan con comer o cocinar.

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Además de la familia, varios amigos han contribuido a mi vicio declarado y, por ende, a mi pequeño quebranto económico. Por alguna razón cósmica, siempre he tenido mejores amigos con gusto por el buen comer. Es como una atracción subconsciente.

Y lo sabemos. Nos dimos cuenta de que lo nuestro no era normal cuando salíamos a almorzar con nuestros suelditos de empleado raso, y nos encontrábamos en el lugar con los dueños de Plaza las Américas y los presidentes de bancos, entre otros. Mi mejor amiga tenía la teoría de que teníamos gustos exquisitos, como ellos. La mía siempre fue la misma: por eso nunca seremos ricos, como ellos.

Somos más de los que creemos. Hay gente que jamás cocina en su casa, que uno no se explica cómo lo hacen. Yo cocino y me encanta, pero me encanta comer fuera, saborear la experiencia y, por qué no, el buen gusto, dado que no me doy otros. Soy amante de la sobremesa, de la conversación, y odio andar con prisa o que me ajoren. A veces, veo que la gente entra y sale de los sitios tan rápido que no me explico cómo fue que disfrutaron de la experiencia.

Cada loco con su tema. A mí denme comida y todo se me quita. Hay gente que enumera sus placeres y pocos colocan, quizás por miedo a que los juzguen, el comer en primer lugar. Yo no tengo dudas. No hay nada como comer rico. Y definitivo, nunca seré rica por eso.

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