La historia es testigo de primer orden de la inimaginable capacidad que puede manifestar el ser humano para sobreponerse a tragedias, catástrofes, experiencias, límites, etc. El ser humano puede mostrar una altísima capacidad para sobreponerse a devastaciones, pérdidas y experiencias estresantes y dolorosas, y seguir adelante sin perder el sentido de la vida.
El término resiliencia tiene su origen en el mundo de la física. Se utiliza para expresar la capacidad de algunos materiales de volver a su estado o forma natural después de sufrir altas presiones deformadoras. La resiliencia es, pues, la capacidad del ser humano de enfrentar y sobreponerse a situaciones adversas —situaciones de alto riesgo (pérdidas, daño recibido, pobreza extrema, maltrato, circunstancias excesivamente estresantes, etc.)— y generar en el proceso un aprendizaje, e inclusive, una transformación. Supone así una alta capacidad de adaptación a las demandas estresantes del entorno. La resiliencia genera la flexibilidad para cambiar y reorganizar la vida, después de haber recibido altos impactos negativos.
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Ahora, resiliencia no se trata de la capacidad de sufrir y aguantar como un estoico. Más que la capacidad de enfrentar y resistir maltratos, heridas, etc., la resiliencia es la capacidad de recuperar el desarrollo que se tenía antes del golpe. La resiliencia de la persona permite superar el trauma y reconstruir su vida. De modo que resiliencia no significa invulnerabilidad ni impermeabilidad al estrés o al dolor. Se trata, más bien, del poder de rebotar y recuperarse después de experimentar duras adversidades y experiencias estresantes/traumáticas.
A un año del paso del huracán María, si hay algo que podemos destacar sin temor a equivocarnos es la resiliencia que caracteriza a nuestro pueblo. Ante el paso del desastre natural de mayor envergadura en la historia de los Estados Unidos, nuestra gente ha demostrado de qué estamos hechos los puertorriqueños y la capacidad que tenemos no solo de sobrellevar la pérdida, sino de recuperar el desarrollo que se tenía antes del golpe y moverse hacia adelante aun con mayor ímpetu.
Reconociendo que ninguna jurisdicción podía estar preparada para un evento de tal magnitud, nos damos cuenta de que la experiencia nos enseñó grandes lecciones a nivel gubernamental, individual y al sector privado. A un año del evento, el Gobierno, en colaboración estrecha con el sector privado, y contando con el empeño de todos los puertorriqueños que quieren que nuestra isla progrese, continúa trabajando en nuestra recuperación. A pesar de los retos, vemos señales objetivas de progreso, que son muestra de la resiliencia puertorriqueña.
En estos momentos, los números revelan que tenemos la tasa de desempleo más baja en nuestra historia con 9.1 % para julio de 2018. Sobrepasamos el millón de personas empleadas, que es el número más alto en 5 años, y son 31,000 empleos más que en diciembre de 2016. El índice de actividad económica aumentó un 1 % y lleva alza por 7 meses consecutivos, un patrón que demuestra que vamos en la dirección correcta. Además, las ventas al detal han aumentado en un 17 %, y las quiebras se han reducido en un 32 %.
Y es que, tal y como dice la canción, ante la adversidad, los puertorriqueños somos la luz de la mañana que alumbra nuevos caminos. Somos del pan la levadura que alimenta la esperanza del pueblo puertorriqueño, del despertar de nuestra patria. Traemos sangre borinqueña. Somos hijos de las palmeras, de los campos y los ríos y del cantar del coquí, de valles y cafetales, de caña, azúcar y piña, de guayaba y mampostiales, de tembleque y de mabí. Es por eso que, aún habiendo sido abatidos por uno de los huracanes mas siniestros de la historia, poco a poco recuperamos la esperanza de un mejor mañana y podemos decir con orgullo: “Si yo no hubiera nacido en la tierra en que nací, estuviera arrepentido de no haber nacido aquí”.