Dicen los estudios acerca de la felicidad que las experiencias nos hacen mucho más felices que las “cosas”. Hacía tiempo que venía posponiendo visitar uno de esos lugares que están en mi bucket list, o lista de cosas que quieres hacer antes de que te llegue la hora de irte a otro plano. Así que, a pesar de la inseguridad económica del momento, decidí vencer el miedo, confiar, y tomarme el riesgo. Y así llegué hasta Anchorage para tomar un crucero por Alaska en compañía de una de mis mejores amigas. Ha sido una de las experiencias más hermosas que he vivido.
Me encanta viajar sin expectativas y, por supuesto, dejando atrás lo que es mi “casa” para tratar de entender cómo se vive en la casa de otros. Hace muchos años aprendí que esa es la diferencia entre un “viajero” y un “turista”. El viajero busca experimentar cosas nuevas mientras que el turista tiende a esperar encontrar en el lugar que visita lo mismo que dejó en casa.
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El viaje fue maravilloso por muchas razones: la experiencia profundamente espiritual de kayakear en el Pacífico a menos de cincuenta grados; ser testigo de los milenarios témpanos de hielo azul transparente y de águilas majestuosas en pleno vuelo. Pero, sobre todas las cosas, Alaska me regaló encuentros. Nunca olvidaré la emotiva conversación con el guía turístico de veintiocho años a quien le brillaron los ojos cuando me habló de la lucha por la custodia de su hija de año y medio. Recordaré la empatía de tantas personas de diferentes nacionalidades que conocí en el crucero y quienes, al saber que era puertorriqueña, me preguntaban acerca de la recuperación de la isla. Y como si fuera poco, entre acordes de salsa y conversaciones profundas, inicié una amistad que, posiblemente, me va a durar toda la vida.
Te invito a que, no importa a donde vayas, te abras a convertir tu experiencia en una más de encuentros que de cosas y paisajes… Esos momentos son los que te cambian la vida. Lo otro te lo puedes llevar en fotos.