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Opinión: Ese mosquito ya nos picó

Lea la opinión del periodista Julio Rivera Saniel

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Llámeme ignorante, tal vez, poco informado, pero a mí las “noticias” sobre la gárgola me agarraron sin sorpresa y con un gran dejo de incredulidad este fin de semana. Por lo visto, los reportes comenzaron a emerger a finales de la semana pasada. Y eso explica mi desconexión con el asunto. Contrario a lo que era mi costumbre y por mi salud mental, trato de desconectarme lo más responsablemente posible de la actualidad noticiosa durante mis días libres, y el tiempo procuro usarlo en asuntos más relevantes para mi vida privada. Entonces, yo, el que se desconectó de la realidad durante dos días, se topa el sábado con los memes, los chistes y las historias.

Alguien aseguraba haberlo visto. Y eso había sido suficiente para provocar nuevas historias y nuevos avistamientos. También para que la prensa le dedicara tiempo considerable al tema, de ese que falta para historias de seguimiento o la discusión de temas en profundidad. Para la gárgola, el tiempo se encuentra, de seguro, por esa fórmula de causa y efecto en la que, si algo provoca audiencia, likes o clics, entonces también tendrá espacio garantizado en la oferta informativa. Así que han llovido los testimonios y las descripciones sobre esta nueva criatura que reclama su espacio en la fauna nativa. Es “como un fisiculturista, pero animal, con alas… Es un ave. Tiene alas y en las alas tiene unos picos. Mide como cinco pies”, aseguraba uno de los vecinos de Barceloneta que reclamaba haberla visto. Y en ese punto, el sentimiento de deja vu era ineludible. Al verlo todo no pude evitar pensar en que ese mosquito nos ha picado antes. Todavía recuerdo mi llegada al mundo universitario y mi posterior ingreso en el mundo del periodismo como practicante en Radio Universidad de Puerto Rico. Desde 1995 hasta casi comienzos de la década del 2000, el “chupacabras” era un elemento siempre presente en la prensa. Todos, como va pasando ya con la gárgola, habían escuchado sus historias o conocían a alguien que “conocía a alguien” que lo había visto. Y así, como por contagio, si alguien aseguraba haber sido víctima del ataque de esa criatura del tamaño de un oso, ojos grandes y rasgados, con la espalda llena de espinas, entonces nuevas historias se regaban como la pólvora. Una semana de avistamiento supondría todo un mes de avistamientos subsiguientes. Por no hablar de las expediciones para su “búsqueda y captura” encabezadas por el entonces alcalde de Canovanas, José “Chemo” Soto. Hasta hoy, el simpático exalcalde no ha sido entrevistado sobre el tema. Tampoco se ha ofrecido a encabezar expediciones de búsqueda. La verdad es que lo de las gárgolas no es cosa suya. Ese terreno ya está ocupado por un vecino de la zona de los supuestos avistamientos que, ya en los noventa, habían advertido sobre la criatura.

Todo es muy divertido, sin duda. Lo que parece haberse olvidado es que todo esto ya lo hemos vivido. Los avistamientos, las expediciones, la frustración por no haber encontrado nada, las advertencias sobre la peligrosidad a la vida humana y luego el vacío. Las criaturas desaparecen por donde mismo vinieron solo para reaparecer en una nueva encarnación, con nuevas víctimas y nuevos cazadores. Así que, si la tendencia se repite, nuestra gárgola regresará por donde vino a acompañar a su contraparte de los noventa, al chupacabras, al vampiro de Moca, al cromaleto y al mismísimo Pie Grande. Cuando decida salir de las tinieblas y presentarse en público, ahí estaré yo, como el que más, micrófono en mano dispuesto a una exclusiva. Mientras lo hace, y si me lo permiten, prefiero ocuparme en monstruos más letales e inmediatos, como la Junta Fiscal, la crisis económica, el crimen sin freno y el desmantelamiento de nuestro sistema educativo. Que esos sí que meten miedo.

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