La discusión pública acerca del Partido Popular Democrático en las pasadas semanas se ha centrado en la relevancia de la institución como secuela de un escándalo que puso en tela de juicio los ideales de la colectividad. Lejos de presagiar la muerte del partido más antiguo y de mayor trascendencia en Puerto Rico, este debate puede servir como herramienta para definir, a partir de nuestra historia, una nueva agenda para el PPD.
Ese diálogo debe reunir el sentir de todo aquel que quiera representar al partido y de todo aquel que sienta que el PPD es todavía un vehículo para adelantar las causas del país. Los líderes del partido deben escuchar a la base y dar voz a las aspiraciones de cientos de miles de puertorriqueños que, cada cuatro años, hacen una marca debajo de la Pava, y al depositar su papeleta en una urna, depositan también su confianza en los valores que representa esa insignia. Un buen popular no puede desconocer esos valores ni pretender que sean negociables.
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Así pues, comparto esta reflexión sobre lo que son, a mi parecer, los valores y principios de mayor arraigo en el corazón de los populares, con la esperanza de que sea solo una de muchas aportaciones que nos permitan retomar nuestro rol como parte integral del porvenir de Puerto Rico.
Defender a Puerto Rico, su gente, y su identidad como nación. El PPD es el partido puertorriqueñista. No pretendemos ni aspiramos a la disolución de nuestro país dentro del caldero estadounidense. Tampoco somos, sin embargo, un partido antiamericano. Aspiramos a un vínculo con Estados Unidos, por medio de la común ciudadanía, que mantenga unido al pueblo puertorriqueño.
El PNP, en cambio, es el partido que disolvería a Puerto Rico, que vería desaparecer una identidad única y distinta que se mantiene viva por medio de la reafirmación, no de la negación de nuestra cultura.
Redemocratizar nuestro gobierno. En nuestra larga historia colonial, ha sido el Partido Popular Democrático el que más ha logrado para devolverle al puertorriqueño su derecho inalienable a gobernarse. El derrumbamiento del andamiaje democrático de los pasados años nos ha retrotraído a la época de los gobernadores americanos. Los culpables de este retroceso lo son ambos partidos: el PNP, por una agenda anexionista que, desde la derrota en el plebiscito de 1993, se fundamentó en la destrucción del Estado Libre Asociado y en convencer a Washington de que podían gobernar a Puerto Rico directamente; y el PPD, por haber dejado caer su antorcha.
De cara al futuro, nos toca restablecer el ordenamiento democrático, como así han hecho otros países latinoamericanos que han caído en las garras de la tiranía. Debemos modernizar la Constitución, para darle más poder a la gente, y así no haber recuperado el dominio de nuestro destino solo para entregarlo a manos de la clase política criolla.
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En cuanto al estatus, parte intrínseca de esta discusión, el partido debería abogar por los valores que definen y unen a todos los populares por igual, sin distinción de etiquetas. Queremos ser puertorriqueños primero, pero también ciudadanos estadounidenses. Queremos el máximo de gobierno propio dentro de una asociación vinculante con Estados Unidos. La forma que tomará la relación que reconcilie esos fines, se definirá en la medida en que, similar al proceso entablado para redactar la Constitución del 1952, nos sentemos con el Gobierno federal para acordar lo que cada parte está dispuesta a dar y aquello sobre lo cual no estamos dispuestos a transar.
De igual forma, resulta imprescindible que nos comprometamos con la justicia procesal en el debate del estatus. El PNP pretende imponernos la alternativa estadista y excluir opciones que representen el sentir de un segmento importante del pueblo. Nuestro compromiso con la democracia tiene que ser real, y tiene que incluir el respeto a todos por igual.
Promover la autosuficiencia del país. El PPD industrializó el país y creó una clase media donde antes había solo miseria y desigualdad. Urge volver a una agenda en la que promovamos la iniciativa privada para hacer crecer la economía y cerrar la brecha entre pobres y ricos. Eso requerirá que nos comprometamos con el sacrificio y el trabajo como valores patrios atesorados, y no como la consigna del resignado. El liderato del PNP, en cambio, con su mentalidad colonial nos pregunta: “¿Dónde estaríamos sin ella?”
Justicia social. Nuestro legado incluye la mayor expansión de los derechos de los trabajadores y ciudadanos. Tenemos que renovar ese compromiso, garantizándole la oportunidad a cada puertorriqueño de superarse, protegiéndolo en momentos de vulnerabilidad y respetando las libertades del individuo.
Por último, va sin decirse que el PPD tiene que comprometerse a erradicar la corrupción y a gobernar bien. Ha sido el binomio del pillaje y la incapacidad lo que nos ha sumido como país en nuestra condición actual. Comprometernos nuevamente con los valores de la pulcritud y la sana administración pública es nuestro deber ineludible.