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Opinión: Tu sentimiento en un aeropuerto

Lea la opinión de Dennise Pérez

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Hay pocos lugares en el mundo más interesantes, diversos y misteriosos que lo aeropuertos.

Confieso mi fascinación por ellos. Desde siempre, para mí han representado un lugar lleno de emociones, de vibra fuerte e intensa, un poco agobiante a veces, porque me lo cojo en serio. Soy de las que llega siempre temprano, de las que respeta las tres horas internacionales y las dos domésticas, y odiando las compras, en general, siempre separo tiempo para el duty free, que hace tiempo veo notando que no es tan free ná’ en comparación con el mundo exterior.

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Me gusta sentarme a comer o a tomar algo, preferiblemente en una esquina donde tenga pleno dominio visual del escenario. Lo hago para husmear, en el buen sentido de la palabra. Veo la gente y me pregunto cuál es su historia, por qué viaja, a dónde va, cuán determinante es esa partida en su vida, si es feliz. Porque todos y en todo momento vivimos un drama y, generalmente, es invisible para el resto de la gente.

A veces, es más o menos fácil adivinar si el viaje es de placer, por lo que visten, por lo que cargan. Se les siente la alegría contagiosa. Y, a veces, la tristeza es demasiado evidente. Es gente con mirada algo perdida, de esas que miran y no miran a la vez.

Hay caras que me afectan porque el drama es más claro a los ojos de todos. Cuando se despiden las familias, especialmente si hay niños en la escena, me quedan marcadas y me taladran el cerebro por los días siguientes. Uno ve hombres y mujeres llorando sin pudor; abuelitos conteniendo lágrimas frente a los hijos y nietos para que se les broten al dar la espalda; novios y esposos que interrumpen su contacto físico para cumplir compromisos; padres que entregan con mezcla de tristeza e ilusión a sus hijos, y los sueltan para volar. No sé si es la edad, pero todas estas me provocan un nudo en la garganta.

Está el que no mira a nadie, apresurado por llegar a su destino, enfocado en sus to do’s. Está el que habla sin parar a los extraños o busca ayuda porque no ha viajado antes o no maneja el idioma. Yo los identifico y los adopto. Me bromean por eso quienes me conocen. Pero es que me da pena. Pienso que si fuera un familiar mío, agradecería infinitamente que apareciera un ser que mostrara compasión y les evitara el trauma de la confusión aeroportuaria, que no es poca cosa.

Los aeropuertos grandes son una cultura aparte en sí mismos. Hay unos en los que podría vivir tres días sin que me falte nada. Hay otros, dito Dioh’, que no hay nada que buscar (¿en qué categoría pone usted a SJU?) y hay otros que he decidido no volver a pisar, aunque me cueste, porque son una tragedia permanente, un reto al espíritu que no vale ni el pasaje identificado con tiempo en Hopper.

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En mi diccionario…, aeropuerto es más que un landmark en Google Maps. Es donde pones tu alma, tu corazón, tus esperanzas, tus ilusiones, tus decepciones, tus deseos y tus aspiraciones por una vida mejor, tus retos familiares, tus retos profesionales, la vida hoy, la vida mañana.

Hace un par de días que descubrí que a mi hijo le pasa igual. Los aeropuertos para él son definitorios de oportunidades y situaciones, y de alegrías. Cada partida para él conlleva un gradito de traumas, de dejar atrás, de confirmar amores…. y solo lo diferencia si es voluntario o no.

No importa el aeropuerto. No importa la línea aérea. Si la estructura encierra emociones, es cuestión de sentarse a observar. Se identificará. Reirás. Llorarás. No hay de otra.

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