Ya se ha tornado en un concepto trillado. El huracán como “oportunidad” para el país. Hay quienes lo usan para expresar una aspiración genuina y honesta. Quienes quieren ver que el país se levante más fuerte, y que se utilicen los recursos para atender el desastre de forma inteligente y bien planificada para construir un nuevo Puerto Rico. Por otro lado, hay quienes, como la mayoría de los integrantes de este Gobierno, sus allegados, sus cabilderos y sus amigos contratistas, ven una “oportunidad” muy distinta. No la del bien colectivo, sino la del lucro personal.
Esta semana volvió a ser tema de discusión en Twitter una muy desafortunada manifestación de esta realidad. El periodista americano David Begnaud le preguntó a la secretaria de Educación, Julia Keleher, si se reafirmaba en que “el huracán María pudo haber sido lo mejor que le pasó a esta isla”. Aunque el reportero, posteriormente, indicó que Keleher no había dicho exactamente esas palabras, la secretaria, en lugar de corregir la premisa de la pregunta, procedió a enumerar las cantidades millonarias de dinero que recibiría el país tras el paso del temporal. Ese desliz freudiano revela el pensamiento de toda una administración.
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Pocos días después de María, el Gobierno se congregó en el Centro de Convenciones de Miramar. Mientras el país sufría, los funcionarios de esta administración se reunían a puertas cerradas, con aire, Internet, electricidad, agua y mucho piscolabis, para hacer que hacían. Concluyeron, aunque, quizá, no lo hayan expresado con sus palabras ante ningún medio, que María había sido una bendición. Que un Gobierno que por poco se vio obligado a cortar el bono de Navidad, de repente iba a tener inyecciones millonarias de fondos. A los consultores políticos se les prendió el bombillo pensando que con la repartición de neveras y estufas, comprarían la conciencia del electorado. De la miseria a la abundancia, y todo porque nos pegamos en la lotería con este huracán.
Pronto llegaron a ese entorno los colmillús del desastre. La barra del Sheraton se convirtió en el lugar para hacer negocios a cuestas de la desgracia del pueblo. Y toda la prensa, convocada para hacerles coro a las maquinaciones publicitarias del Gobierno, poco a poco se fue dando cuenta de que lo que veían en los ojos de muchos no era compasión, sino avaricia. Por eso es que Begnaud no se equivocó con su premisa; no habrá citado a Keleher ad verbatim, pero a buen entendedor, pocas palabras bastan.
De esas reuniones hasta las altas horas de la noche, con los contratistas y sus cargamaletas, comenzó a surgir un plan, o más bien, múltiples esquemas de lucro para llenarles los bolsillos a unos pocos con el infortunio de los muchos. De repente, se contrató a una empresa de Montana de dos personas, contactada a través de una red social, Twitter, Snapchat, LinkedIn o Instagram, una de esas, para restablecer el sistema eléctrico. En otra ocasión, ni a seis meses del huracán, se nos informó que la Autoridad sería vendida y que las escuelas públicas se convertirían al modelo de charters. Un pueblo aturdido y todavía en pleno intento de recuperación, miraba atónito pero impotente. Un cóctel peligroso: la terapia del shock, la politiquería y la corrupción se entremezclaron con la docilidad.
Se entregaron a la gula. El secretario de Vivienda, Fernando Gil, cuestionado sobre los desmanes de los contratistas del programa Tu Hogar Renace contestó: “Crecida del río, ganancia de pescadores”. En la Autoridad de Energía Eléctrica se le extendieron contratos a Cobra por cuantías que Whitefish ni siquiera pudo haber imaginado, sin que el país chistara.
En eso aparecieron los loquitos de las criptomonedas, atraídos también por las grandes “oportunidades” que nuestro desastre representaba para ellos. Sus soluciones para una utopía caribeña construida en torno a sus ideas fantasiosas dejaban fuera al pueblo que sufrió el embate del huracán. Reconstruir es una “oportunidad” para ellos, no para nosotros.
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¿Y el gobernador? Alimentando esa misma idea de un paraíso virgen, El Dorado para el siglo XXI. Una tierra de “oportunidades” sin frenos y sin límites. Si no me cree, busque lo que lleva diciendo desde febrero de este año a grupos de inversionistas en el exterior. A ellos les vende un Puerto Rico que es un “lienzo en blanco”, a pesar de la presencia de toda una sociedad que resistió los vientos y las aguas de María, y que sigue aquí incólume.
La reconstrucción de Puerto Rico es, sin duda, una “oportunidad”. La pregunta es para quién. Si en 2020 no sacamos a estos mercaderes del capitalismo del desastre, la “oportunidad” será para otros, para los de afuera, para los que han sido convencidos que aquí no hay una nación que busca levantarse por su propio esfuerzo y en sus propios términos.