Me caso en los polvos del Sahara, tan lucíos en esta temporada.
Aclarando que no sé nada del clima ni de la meteorología que no me haya enseñado la experiencia de vivir en esta isla, parecería que los polvos se ranquearon con sus “eventos significativos” en las últimas semanas.
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Casi nunca le hago caso a los polvos esos, pero supe que eran significativos en esta ocasión cuando empezaron a afectarme.
Cuando era chiquita recuerdo que me daba fatiga con relativa frecuencia y nunca el pediatra le dijo a mi mamá que era por culpa de los polvos del Sahara. Nunca. Es más, casi me sacan las amígdalas siendo una peque, tan de moda eso en los early 80’s. En esa época todo se le achacaba a la inflamación de “la campanita”.
Ya de grande comencé a experimentar episodios de asma. Jamás, ni con tres pompas en la mano, me dijeron que era culpa del desierto africano. Never! Ni en el hospital cuando requería que fuera.
Fue luego de asumir personalmente una vida “algo saludable”, subrayado varias veces el “algo”, que empecé a requerir esporádicamente asistencia médica para afecciones respiratorias ocasionales y de repente hubo un boom a echarle la culpa al Sahara. Y yo a estar pendiente a mi amiga Ada Monzón.
Yo quiero a Ada y le creo como una biblia. Y cada vez que ella me dice cuánto más se extenderá el particulado ese de Sahara me siento como cuando dijo en WKAQ: “Dios bendiga a Puerto Rico”…. mientras el huracán María se dirigía inclemente al archipiélago. Suena dramático pero no realmente. Cada cual tiene su drama.
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Le pregunté hace unos días a mi compañera/ millennial y meteoróloga, Fernanda Ramos, qué significaban los Polvos del Sahara más allá de que empezara mi drama con los catarros y las alergias:
“El Polvo del Sahara, correctamente identificado como el polvo del África, es un conglomerado de partículas con un tamaño menor al diámetro de la hebra de un cabello humano. Es levantado por grandes masas de aire seco como parte de un mecanismo de transporte de nutrientes necesarios para mantener los ecosistemas del Bosque de Las Amazonas de Brasil”. Eso me dijo.
¿Y por qué molestan tanto?, insistí.
“Bueno, imagínate una nube repleta de una arenilla que no se ve a simple vista, que está compuesta de nutrientes como el fósforo, que a pesar de ser necesarios para el crecimiento de plantas y árboles, afectan salud humana porque se respira y se aloja en pulmones”. ¡Bingo!
O sea, por culpa del Amazonas aquí en el Caribe andamos todos mocosos y escondidos. ¡Lo que nos faltaba!