Ando en un receso corto de mis labores diarias en Puerto Rico, tanto de la radio como de la televisión. Hago un alto para escribir unas líneas para Metro, como lo hago todas las semanas. Desconectado de la cotidianidad boricua puedo reflexionar sobre algunas de las cosas que, demasiado a menudo, no nos deja la tira’era diaria contaminada con la politiquería barata.
Además del recorrido que hago por otros lares, me inspiró también, a escribir sobre lo que leerán, una reciente columna publicada por el respetado escritor Eduardo Lalo. Decía Lalo, en su escrito “¿Qué se destruye?”, que hay que preservar lo nuestro y denunciaba una ausencia, en las políticas públicas nacionales, de medidas dirigidas a mantener nuestra historia, nuestros archivos históricos, documentos, etc. Habla de la destrucción de los edificios que albergan nuestra historia, como el Archivo Nacional, la biblioteca Lázaro de la UPR, etc. Añado que hay una ausencia en preservar nuestros monumentos, lugares importantes, en fin, todo lo que forma parte de nuestra construcción como pueblo, aunque algunas cosas representen páginas negativas en nuestra historia desde la óptica de muchos. Protestaba Lalo —y yo comparto la protesta— que las prioridades andan inversas en nuestro país. Esto se demostró con el reciente issue sobre la camioneta blindada que se pidió para el gobernador, como bien dijo Lalo.
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Ando por Grecia, su capital, Atenas, y algunas de las islas más reconocidas. Fue un destino que eligió mi hijo Rafa cuando planificábamos las vacaciones de este verano, pues acababa de estudiar la historia de la llamada cuna de la civilización occidental. Lena también nos acompaña a Priscilla y a mí. Llevamos seis años viajando con ellos por distintos rincones del mundo, mientras ha sido posible, aprendiendo y divirtiéndonos, superando las típicas gríngolas que tenemos desde nuestro terruño caribeño.
Aquí y en muchos lugares visitados antes (siempre hay sus excepciones), no deja de sorprenderme el andamiaje que se levanta en torno a los turistas y, con ello, la protección de sus lugares históricos como proyecto de desarrollo económico. No ven los edificios “viejos” como estorbos o dolores de cabeza con los que hay que cumplir “manteniéndolos” con presupuestos nominales, sino como oportunidades. En casi todos los lugares, la oferta está disponible, sea cual sea el interés del turista. Si es de mitología, filosofía, celebridades, cultura, etc., siempre hay disponible una historia para contarse al oído del visitante.
En Puerto Rico, donde la poca actividad económica ha dependido del servicio y el turismo, hemos fallado en levantar el andamiaje necesario. Y lo digo sin indagar con profundidad sobre este tema que pertenece a un campo muy estudiado y segmentado.
Nos limitamos al Viejo San Juan, El Yunque, una que otra visita al Parque de Bombas de Ponce, Las Croabas y, ahora, al zipline de Orocovis. Otro turismo más orgánico, pero exitoso, se ha levantado en Vieques. Pero pienso: tenemos mucho más que contar y enseñar. Estamos llenos de historia y de historias.
¿Por qué no contar la historia de nuestros compositores y la cultura con recorridos por Santurce, Carolina y Loíza? ¿Por qué no levantar una infraestructura formal turística dirigida a la cultura urbana en sectores como las calles Cerra y Loíza? ¿Por qué no se levanta una infaestructura para el turismo interesado en los deportes, visitando museos, instalaciones y los barrios de nuestras glorias, más allá de ese boom que ocurre cada vez que viene un juego de la MLB? ¿Por qué no se levanta una industria para enseñar los lugares donde comenzaron nuestros artistas del mundial? ¿Por qué no hablar de nuestros poetas, escritores, religiosos (aunque hay algunas rutas religiosas para turistas) y grandes periodistas mostrando sus lugares de trabajo, barrios y hasta panteones? ¿Por qué no montar buenos tours sobre historia política con visitas que vayan más allá de nuestros edificios icónicos?
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Hace poco, algunos criticaron a una compañía que montó un tour por La Perla para enseñar los lugares donde se habían grabado las escenas del video de la canción “Despacito”. ¡Genial! Pensé. ¡Por ahí tenemos que irnos!
Visito cada ciudad y me cuentan sus historias. Algunas fascinantes. Otras insignificantes. Me enseñan lugares majestuosos. Otros que, por encimita, se ven inconsecuentes. Y ahí me pregunto, ¿por qué en mi isla no hacemos lo mismo? Veo cómo tantos destinos capturan la atención de millones de visitantes al año, y nosotros, teniendo tanto que contar, dejamos pasar oportunidades para levantar nuestra economía. Tenemos la materia prima en nuestras narices y no nos damos cuenta. No lo ha hecho el Gobierno por décadas, tampoco ha podido el sector privado, que no ha tenido el apoyo de una política pública clara. A ver si ahora el llamado DMO, ese grupo privado que se encargará de nuestra proyección mundial, representa otra imagen que no sea la ya trillada que no está a la altura de los viajeros modernos.
Algunos me dirán que hay problemas más básicos que atender, como la educación, el desempleo, la quiebra y hasta el estatus que, un día como ayer, fue de tanta discusión. Pero podemos caminar y mascar chicle a la vez.
Claro, para todo esto hay que, primero, preservar lo nuestro, como dijo Lalo. También es imperativo tener orgullo por lo nuestro.
No hace mucho, una campaña oficialista nos decía: “Somos más”. Donde quiera que me meto escucho música de algún boricua. La semana pasada me pasó en una calle de Atenas donde sonaba aun el exitazo de Fonsi y Yankee. Por eso, yo diría: “Tenemos más”. Es hora de empezar.