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Cuando se trabaja vía remoto

Lea la columna de opinión de Dennise Peréz

Está de moda trabajar vía remoto. De hecho, es una tendencia tan creciente que se estima que dentro de tan solo dos años, el 60 % de la fuerza trabajadora estará haciéndolo fuera de las paredes de la empresa —o las empresas— para las que labora.

A mí me encanta, aunque mi entorno no necesariamente entienda cómo opera y alguno que otro se atreva a hablar sin saber.

Cuando uno trabaja por su cuenta, casi siempre está pegado al celular. Te levantas con el celular, preparas el desayuno con el celular, desayunas con el celular, te metes al baño con el celular. He calculado que, en la primera hora de todos mis días, he tenido más contacto con los elementos policarbonados de mi celular que con el aire que respiro.

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Y así continúa mi día. Leyendo el periódico con el celular, atendiendo a un cliente en persona, y a otro, a la vez, con el celular. La laptop y el celular. El vinito con el celular. El vinito con la laptop y el celular. A la cama con el celular…

El domingo me di cuenta de que me iba a quedar sin cuello y sin dedos por trabajar, vía remoto, con el celular. Resulta que, después de almorzar con mi familia, yo, bien lucía y emocionada porque estaba supuestamente “libre”, les dije que debíamos ir al cine. Esto es algo que casi nunca hago porque el cine no es lo mío, sobre todo a la hora del referéndum cuasi constitucional que tengo que hacer para determinar qué película ver y luego descubrir que, con frecuencia, salgo trasquilá’ porque ninguno de los gustos coincide con el mío.

Pero fuimos al cine. Y ahora mismo, tratando de recordar el nombre de la película, simplemente me quedo en blanco. Solo sé que protagonizaba el ya casi omnipresente The Rock (en serio, ¿cuántas películas hace este hombre/máquina al año?) y que había como un fuego en un edificio altísimo en Japón. Creo, porque no vi nada y lo digo con semivergüencita. En plenos cortos comenzaron las llamadas y las solicitudes de expresiones, datos, corroboración de información, y consultas. Y yo buscando sacarle el brillo a la pantalla para que la chica del lado —a la que no conocía— no se enojara. Al menos eso, ya que el chico de la izquierda —con quien vivo y a quien crío— me estaba mirando mal.

¿Cómo uno le explica a la gente que, en medio de tantas cosas importantes, uno está trabajando? No es tan fácil. Siempre alguien se aventura a juzgar y, en más de una ocasión, he escuchado a gente comentar/sermonear —con toda intención de que yo escuche— que la gente no se despega del teléfono, que no comparte en familia, que es una pérdida de tiempo, que para qué salen si no se hablan. 

Algo de razón tienen. Pero ¿saben qué? Esa es la que hay. No todos podemos trabajar turnos regulares, tener horas de almuerzo en completa desconexión, apagarse del todo en una hora de “salida”, coger coffee breaks o apagar el celular en “vacaciones”. Si eso es lo normal de muchos, santo y bueno, pero ya lo es cada vez menos. Que quizás no es tan saludable, que abona al estrés, que te hace dormir mal y no tener calidad de vida… también algo de eso hay. No lo niego.

Pero si yo estoy en el cine, o en el restaurante, con un ser querido y pegada al celular, seguramente no estoy en Facebook ni chateando ni comprando ropa online ni viendo tutoriales de Fortnite. Estoy trabajando. Y eso lleva el pan a mi casa, de manera honrada y con bastante esfuerzo. 

Todo en la vida es cuestión de equilibrio, de acuerdo, pero hay unos menos equilibrados que otros, y dentro de todo, somos felices, mantenemos relaciones saludables y buscamos las formas de compensar el tiempo ese en el cine, con la película aquella de la que no recuerdo nada.

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