La llegada de mi hija ha sido un proceso cargado de lecciones. Todas recibidas con apertura y ánimo de transformación. Recibirla ha sido todo lo que esperaba y más. Y en medio de todo lo recibido con su llegada, también han llegado reflexiones sobre el país donde espero verla crecer y sobre los retos de ser padre en nuestro contexto social.
Aunque es un hecho que la paternidad en estos tiempos ha ganado terreno en responsabilidades y derechos si se compara con otros momentos de la historia, también es cierto que la sociedad sigue construida desde un modelo machista que adjudica a la mujer el papel protagónico de los hijos e hijas en la crianza, y que, por esa misma adjudicación de roles, pone piedras en el camino del padre a la hora de asumir un papel de “par” con la madre en la crianza.
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Para empezar, el papel del padre tras el nacimiento de los hijos parte con desventaja. Mientras la madre, con toda la razón, goza de días por maternidad, el padre (salvo beneficios negociados o concedidos en el sector privado) no cuenta con la posibilidad de una licencia que le permita integrarse de lleno a la crianza del recién nacido. Hombres y mujeres hemos aceptado ese acuerdo sociolaboral como “normal”, pero hacerlo nos convierte en aliados de una construcción social machista cuyo mensaje de fondo es claro: atender al recién nacido es asunto de mujeres. ¿El hombre? A trabajar, que es lo suyo. ¿Aspirar a una relación de cercanía en los primeros días del recién llegado o colaborar a tiempo completo en las tareas relacionadas con la crianza? Ni pensarlo. En cualquier caso, carga la paternidad a tu balance de vacaciones.
Los ejemplos de esta construcción social sobre el rol del padre en la vida de los hijos están en cada esquina, en tareas tan simples como el cambio de pañales. Salir con un pequeño en edad de pañales e intentar conseguir un cambiador es sencillo si se trata de los baños de mujeres. Pero la historia cambia si intenta repetir la hazaña en los baños de hombres. Salvo contados casos, los cambiadores no existen en los baños de hombres y ni hablar de la casi total ausencia de los llamados baños familiares. Piénselo por un instante. El mensaje detrás de esta demostración de nuestra construcción social es claro: los pañales los cambia mamá. Es su responsabilidad y punto.
Se trata de pequeños vestigios de roles sociales anquilosados que no corresponden con las responsabilidades, derechos y deberes de padres y madres en la crianza moderna. Y como cuando algo no está bien es preciso retarlo, así, de a poco y con pequeños pasos, ante la Cámara de Representantes está radicado un proyecto cuyo nacimiento fue una columna de opinión como esta, pero escrita por mi esposa, la periodista Milly Méndez. Ella, igualmente interesada en adelantar estos pequeños pasos que nos acercan a una sociedad realmente cimentada en la equidad, abordaba el asunto de los cambiadores en los baños públicos. Para nuestra sorpresa, el representante Rafael “Tatito” Hernández no solo leyó la columna, sino que radicó a nombre de nuestra familia el Proyecto 1645, que busca que los comercios tengan cambiadores en los baños de hombres o, mejor aun, promover el establecimiento de baños familiares.
Ojalá la medida se atienda y se apruebe. Ojalá, de igual forma, alguien se anime a radicar una pieza para permitir que los padres se beneficien de licencias por paternidad. Se trataría de un pequeño gran paso para hacer de la equidad algo más que un discurso.