Poco a poco se le ha ido llenando el cuarto de agua a la alcaldesa del Municipio de San Juan, Carmen Yulín Cruz.
Su gestión como regente de la capital va desbordándose entre tropiezos administrativos, renuncias por doquier, una ciudad que evidencia un total abandono, los destemplados regaños públicos que les da a los trabajadores municipales, la insolencia con que trata a los periodistas y la crisis que va desatando los incumplimientos con los empleados sindicalizados.
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Es innegable que ha perdido la brújula en la gestión de gobernar la ciudad, si es que alguna vez la tuvo.
Su interés parece estar más atinado a la idea de engrandecer su figura, agenciándose distinciones entre diversos sectores en Estados Unidos sin que eso represente nada para mitigar los males que acarrean a la ciudadanía sanjuanera.
En los últimos meses, luego del paso del huracán María, la jefa del ayuntamiento se ha convertido en una especie de “niña símbolo” de los demócratas estadounidenses, quienes han capitalizado bien sus denuncias a la administración de Donald Trump para ir mancillando la imagen del presidente.
Con astucia, y una buena cantidad de recursos en disposición de lograr pautas en medios informativos, la alcaldesa ha ido zurciendo su hechizo ante ciertos grupos del mainstream político en Estados Unidos. En muchas ocasiones, con reclamos de igualdad y paridad que son propios del discurso anexionista que aquí, en la isla, ella suele repudiar.
Sin embargo, acá, donde debe concentrar su gestión pública, su hechizo comienza a despedazarse por todos lados.
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La más reciente muestra de ese desmembramiento quedó evidenciada en un boletín que en días recientes circuló la Unión General de Trabajadores (UGT), organización sindical que representa la mayor parte de los trabajadores municipales de la capital.
En esa comunicación, circulada con forzosa cautela para hacer el menor ruido posible, se señala cómo la alcaldesa ha ido actuando con desdén ante los reclamos de sus trabajadores, desoyendo, ante todo, las peticiones de la unión laboral.
El escrito resalta que “la actitud asumida por ella (la alcaldesa) muestra que no somos prioridad para su administración, no tan solo porque no ha pagado lo que nos debe, sino porque ni siquiera responde las peticiones de reunión para brindarnos información fidedigna y directa sobre la realidad fiscal que experimenta el municipio”.
El énfasis de la comunicación denuncia la reducción de derechos a los empleados y el incumplimiento de acuerdos estipulados entre el ayuntamiento y el sindicato.
Los empleados requieren con urgencia el pago del bono de Navidad, del bono de verano, que se cumpla con el último aumento de salario, cumplimiento con las leyes 56 y 81, el pago del enfermito, pago por concepto de uniforme u otorgamiento de uniforme y cualquier otro pago pendiente.
Cierran el boletín solicitando a la administración municipal: “Que respete a sus empleados y que pague lo que se nos debe. Además, que nos brinde fecha para una reunión para poder discutir los asuntos que están pendientes de resolver y que responda al establecimiento de una fecha para la negociación colectiva”.
Estos reclamos contra la alcaldesa no son poca cosa. Provienen de un sindicato que patrocinó con aportaciones económicas su primera elección y su reelección, y que ahora evidencia su inconformidad, aunque en voz baja.
Son los mismos que el 4 de noviembre de 2016 manifestaron apoyo a su reelección indicando que ella “ha demostrado, en cada ocasión en la que ha tenido la oportunidad, que sus ideales de justicia social y su compromiso con el pueblo, son inclaudicables”.
Ahora parece que el hechizo esparcido entre los sindicalistas se desintegra, como también ocurre con ciertos sectores de la prensa que han denunciado la arrogancia de la gobernadora de la ciudad en el trato que muestra con los periodistas, al extremo de regañar e increpar cuando desea esquivar preguntas que le incomodan.
Sus defensores disparan a mansalva justificaciones a las acciones y actitudes de la alcaldesa porque se trata de su fuerte carácter. Obvian, en tanto, que tras esas actitudes podría ocultarse una conjugación de narcisismo y megalomanía, un estado que revela signos de grandeza y que lleva a las personas al delirio de sentirse y creerse superiores y poderosos, en su falsa convicción de tener el derecho de ser tratada de manera especial y con obediencia por los demás.
En otras ocasiones, y frente al juicio que se emite a otros políticos, sean hombre o mujeres, acciones similares a las de esta alcaldesa son atacadas con furia y reciben un fuerte repudio de sectores que suelen denominarse progresistas, demócratas y liberales. Aquí es otra la historia.