En abril pasado, el reconocido comediante norteamericano Bill Cosby fue encontrado culpable de tres cargos de abuso sexual agravado. Conocido como el “Padre de América” por su caracterización de un tierno padre de familia en la televisión, el actor se enfrenta a sus ochenta años a la posibilidad de tres décadas de cárcel.
Ese día, celebraron las seis mujeres que testificaron en su contra, las decenas más que alegan haber sido sus víctimas, todas con historias similares, y miles de mujeres a través de todo el mundo, quienes, a pesar de jamás haberlo conocido, sintieron que el veredicto las redimió y les dio voz como sobrevivientes de abuso sexual y violación. La única forma de poder comenzar a sanar un dolor emocional es validándolo y reconociendo que eso que me destrozó y me cambió la vida fue real, ocurrió, y yo no me lo inventé.
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Y así mismo se sintieron miles de personas la semana pasada cuando se revelaron los resultados del estudio comisionado por la Universidad de Harvard acerca de la mortalidad en Puerto Rico luego del huracán María. A nadie le hacía sentido la cifra oficial de sesenta y cuatro muertos, a nadie. Y menos aún a las familias que saben que esos seres queridos que perdieron en las semanas y meses después del huracán todavía estarían vivos si hubiesen tenido servicios de electricidad y agua o acceso a médicos o medicamentos.
Pueden decirnos que nadie estaba preparado para una tragedia de esa magnitud y lo creo. De hecho, soy de las que piensan que el Gobierno hizo una excelente labor de prevención antes de que llegara la tormenta. Nos pueden decir que se van a tratar de corregir los errores cometidos, que fueron muchos, para que esto no vuelva a ocurrir.
Pero que no nos digan que esto no ocurrió. Negarlo es invalidar el dolor de tantos y, al hacerlo, no darles la oportunidad de comenzar a sanarlo. Es cruel y es irresponsable. Negarlo es hacernos sentir como las víctimas de Cosby antes del veredicto de culpabilidad: violados dos veces.