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El amor y el mar

Lea la opinión de Lily García

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Pocas cosas me generan más paz que el sentarme a mirar el mar cuando está tranquilo.  Es algo que me eleva y me conecta con una fuerza mayor.  Hace unos días estaba precisamente respirando ese mar desde el balcón del apartamento que he tenido frente a la playa en Rincón desde hace quince años. 

Pero al voltear mi cabeza hacia la izquierda pude ver en los condominios aledaños la destrucción que ese mismo mar causó durante el paso del huracán María.  No solamente se llevó la arena, que nunca ha regresado, sino también pedazos completos de edificios y casas de cemento. Y no sé por qué en ese momento pensé en lo mucho que se parecen el mar y el amor.  Tienen ambos el potencial de tantos extremos: la paz  y la pasión; el sentido de bienestar y el miedo; la capacidad para construir y para destruir.

Y cuando hablo de amor me refiero a todos los tipos de amores, desde el romántico o de pareja, hasta el que podemos sentir hacia hijos, padres y demás seres queridos.  En el caso de las relaciones de pareja he escuchado a muchas personas decir:  “Me siento viva de nuevo”, al describir su estado de ánimo cuando se enamoran.   Pero cuando las cosas no resultan como esperábamos, nos morimos un poco por dentro. 

Esta misma semana, ofreciendo una charla de motivación a un grupo de profesionales hice la siguiente pregunta: “¿Qué te está robando la felicidad?” Y una mujer contestó sin pensarlo dos veces: “Los hijos.”  Resulta irónico que aquello que puede ser la más grande felicidad de una mujer también pueda ser su mayor fuente de sufrimiento.  Porque de la misma forma que el amor de madre puede ser puro e incondicional, también puede generar  los más grandes apegos. 

De ahora en adelante, cada vez que vea el mar, calmado o picado, lo utilizaré como espejo.  Reconoceré que  mientras no tengo control alguno de la intensidad de sus olas, sí tengo el poder para mantener mis “amores” equilibrados y lejos de los extremos.  Solo así encontraré verdadera paz.

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