Muchas veces, hemos “conversado” aquí sobre frases que solemos decir de manera trillada y sin sentido, o como estrategia para suavizar lo que te dije antes o después del puñal.
Ese es el caso de las frases “con todo respeto” y “bendecidos”, que dichas correctamente —con propósito y contexto— son frases ricas, conmovedoras y espirituales.
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Tengo una obsesión con las frases mal utilizadas, y desde hace tiempo, quería hablar de “Si Dios quiere”. A ver. Es una frase tremenda que encierra una de las virtudes más especiales de un ser humano, una creencia de la existencia de un ser superior, una virtud como pocas, sobre todo en tiempos de dificultad cuando la esperanza, a veces, no parece posible.
“Si Dios quiere” manifiesta, a la misma vez, un grado de entrega prácticamente absoluta a la voluntad divina. Cada quien sabrá el grado en que cree, o si cree. Yo creo. Por eso me parece una frase hermosa. Y porque la valoro, me causa urticaria cuando la manosean.
Sin pretender entrar mucho en el lado religioso, no funciona así el dejar las cosas en manos de Dios exclusivamente. Si bien es cierto que existen los milagros, también estamos llamados a esforzarnos por lograr lo que pretendemos que Dios quiera. En un mundo perfectamente práctico, la goma del carro no se llena sola ni si Dios quiere. Tienes que llegar al gomero.
Hace muchos años, tuve un compañero de trabajo que decía que llegaría a viejo si Dios quería. Y claro que sí. En eso consiste la maravillosa voluntad divina. Sin embargo, ojo, que Dios, de seguro, quiere que llegues a viejo, pero tienes que dejar de explotarte en vida si eres diabético, obeso y con herencia de enfermedades cardíacas. Ese compañero retó por décadas la voluntad divina, y no le fue tan mal. Duró por lo menos diez años más. El sabía que se mataba un poco todos los días, pero se refugiaba siempre en el “si Dios quiere”. En su caso, sonreía después de decirlo, por eso, porque sabía.
Pero vamos ahora a un caso menos consciente. Hace unos días, acudí a la desesperada herramienta de las redes sociales de buscar recomendaciones para un plomero, porque sí, dentro de los infinitos misterios que me tocan, un buen sábado amaneció la casa inundada, curiosísimamente mientras no había servicio de agua. Llamé a uno que respondió al toque. “Lo veo a las 3 p. m., ¿ok?”, le dije. “Si Dios quiere”, me respondió. Y me asusté. Pero le quise dar el beneficio de la duda.
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Pasaron las 3, las 4, las 5, las 6. Le escribí. “Óyeme, ya son las 6 p. m.”. “Estoy ahí ya mismo, si Dios quiere”, respondió. Ah bueno, perfecto pensé yo. Ilusa de mí. Llegó a las 7 y pico de la noche a casa, después de haber esbarata’o veinte toallas y después de haberme comido diez peajes. Sí, porque yo trabajo, y si bien es cierto que es porque Dios quiere, no cobro si no trabajo. El querrá pagarme, pero los clientes no. Simple. Por otro lado, cuando el plomero me cobró, yo no podía decirle “ok, si Dios quiere te los envío mañana”. Ahí estaba parado frente a mí esperando confirmación de pago electrónico, y no se movió hasta que le enseñé la señal digital de ¡DONE!
He llegado a la conclusión de que “Si Dios quiere” es casi el equivalente del “Ay, bendito”, un asunto cultural que la gente repite sin mucha conciencia y de ninguna manera de mala fe. Ante esos, no juzgo. Lo hacen sin querer y, realmente, para decir eso, alguna conciencia del ser divino tienen.
(No creo que se pueda ser agnóstico y decir “Si Dios quiere” en medio del ciclón, como cuentan los chistes).