La mayoría de las demandas por difamación periodística se deben a falta de rigor, un valor periodístico que se debe seguir al dedillo. Todos los días nos encontramos con decenas de noticias que no siguen el rigor, probablemente por la inmediatez que empuja a publicar en las redes sociales. Los periodistas están obligados a verificar y contrastar los contenidos antes de publicar. De eso se trata el rigor, de la calidad informativa que se merece la audiencia.
Recientemente, el aclamado actor Morgan Freeman calificó una información que lo relacionaba indebidamente con actos depravados contra un familiar como fabricación difamatoria. Se refería a un periódico que tiene una dimensión más pequeña en cuanto a contenido y publicación, pero cuya información falsa llegó a millones, lo que le causó daño a su imagen. Freeman tiene mucha razón en su denuncia, pues ni siquiera el llamado periodista, que prefiero llamar seudoperiodista, no contrastó información y no procuró el equilibrio en el escrito. Es decir, el periodista no siguió el rigor informativo. Cruzó la línea del chisme. Un ejemplo que discuto en las clases de periodismo como falta al valor de contrastar es el error cometido por la revista Rolling Stone al acusar erróneamente a la Universidad de Virginia de ocultar una violación colectiva. La información era falsa. Todo ello se pudo haber evitado si, tanto la periodista como el componente administrativo, hubiesen seguido el rigor informativo. Publicar sin corroborar puede llevar a la desgracia de la carrera.
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El problema de la publicación informativa falsa siempre ha existido. Ha sido un asunto que no solo recae en los periodistas. Personas sin preparación formal se han dedicado a publicar información sin verificar. Sin embargo, el llamamiento a los periodistas formados y curtiéndose es a promover la calidad informativa a través de la verificación y la contrastación de fuentes. La veracidad es lo que forma nuestra credibilidad. Todos los errores en publicación que causaron y podrían causar demandas se resolverían si la rigurosidad fuera el primer norte en la información. Yo ato la rigurosidad con la honestidad en la ejecución de la profesión. Fíjese. Si utilizamos el rigor como herramienta, estaremos siendo honestos entre lo que se dice y se denuncia, y tendremos más capacidad para reclamar medidas en favor de las víctimas. Ello no hace menos equilibrada la información, al contrario, dicha subjetividad proyecta al periodista como lo que es: un ser humano que siente y padece. No es difícil seguir ese principio.
Esta semana se entregaron en España los premios Ortega y Gasset de Periodismo 2018, que destacan los mejores trabajos en español de todo el mundo. El premio más importante por trayectoria fue otorgado a la periodista Soledad Gallego Díaz, a quien se le considera una de las decanas del periodismo español. Por años, he seguido sus escritos en el periódico El País. Una de sus características es el rigor en sus entregas periodísticas, desde su exclusiva en la publicación del borrador de la Constitución Española de 1978 hasta sus trabajos diarios hoy día como columnista y analista de asuntos políticos. Inició su carrera cuando todavía no había libertad de expresión en su tierra, y hoy, a sus 67 años, se describe como una periodista de redacción clásica que defiende la ética. No le gustan las redes sociales. Busca la excelencia en el escrito y siente la adrenalina todos los días cuando abre su libreta e inicia un escrito a puño y letra. Esas tontadas de que si “se me borró el escrito” y “me quedé sin batería” no están en su vocabulario. Se hace el trabajo y punto. En fin, la periodista clásica que disfruta la profesión más bella del mundo, como dijo García Márquez, y que disfruta hacer el escrito con hechos contrastados y alejada de la difamación. Es un verdadero honor conocer periodistas verticales que defiendan el rigor y que tengan como norte la honradez y el respeto por los demás. Confío en que podamos emularla.