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[Try] To Kill a Mockingbird

Lea la opinión de William Villafañe

Dedico estas líneas a mi familia y amigos.

Estoy bien, gracias a Dios. Tengo paz y esperanza. Jamás pensé que mi salida del cargo de secretario de la Gobernación, en un escenario como este, fuera motivo de la andanada de reconocimientos y apoyo que he experimentado en las últimas horas. Tampoco imaginé que causaría tanto dolor e indignación hasta en personas que ni he tenido el placer de conocer.

Cuando acepté la responsabilidad de ejercer como jefe de Gobierno, siempre lo vi como un sacrificio. Las injusticias de la diatriba política y el servicio público no me eran ajenas. Pero mi pasión por ayudar a mi pueblo, mi prójimo, hizo que valiera la pena. Dios y el gobernador me brindaron esa gran oportunidad, valientemente emprendí la tarea. Es sabido que mi estilo se diferencia de lo tradicional. Mis valores y principios no yacen lerdos en mi cabeza, mis actos los reflejan cual prístino espejo. Como nadie, tampoco soy perfecto. Pero para que, en medio de esta vorágine se destaque mi alto nivel de rectitud, algo bueno debo haber hecho.

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Ahora bien, las letras grandes de mi acuerdo advertían de estas posibilidades nefastas. Estaba preparado. Salí porque no quiero que nadie más padezca la estocada. Lo que lamento es que mi familia tenga que sufrir semejante vergüenza pública por implicaciones inmerecidas. A ellos les pido perdón por las lágrimas, las noches sin dormir, el desespero y la calumnia.

El título de esta columna es alusivo a la novela titulada To Kill a Mockingbird. Esta obra publicada en 1960 y escrita por Harper Lee ganó el Premio Pullitzer. Además, sirvió de base para exponer en 1962 una de mis películas favoritas que lleva el mismo título, siendo merecedora de varios galardones, en fin, un clásico del cine americano. Para mí, un tesoro, y hoy la vivo en carne propia.

Esta historia, narrada por una niña de seis años de edad llamada Scout Finch, se remonta a 1936 en Alabama. El padre de Scout era un prominente abogado, de nombre Atticus, que surge como un héroe de la moral e integridad que debe permear en nuestra sociedad. La trama emerge cuando, en medio de una tradición de discrimen racial, Atticus acepta representar a un hombre afroamericano (Tom Robinson) acusado falsamente de ultrajar a una joven. Tras la absolución de Tom, el verdadero responsable (Bob Ewell) quiso vengarse atacando con un cuchillo al hijo mayor de Atticus (Jem). Entonces, el inocente personaje Boo Radley acudió al rescate, lo que resultó en la muerte de Bob. El comisario Tate llega a la escena y, al notar la participación de una persona falta de maldad como Boo, concluye que Bob se había acuchillado a sí mismo. Atticus, que imaginaba la culpa que podía cargar su hijo, tuvo que asentir con el comisario. ¿Quién tendría la talla moral para juzgarlos mal? Eso se llama justicia.

Esta narrativa empata con el título como una analogía. Una Navidad Atticus regala rifles de perdigones a sus hijos. Antes de ir de caza con su tío, Atticus les advierte que pueden cazar libremente, excepto las calandrias (mockingbirds), porque se consideraba pecado matar esta ave. Una vecina les explicó que eran inocentes, no hacían daño intencionado a nadie y, por el contrario, deleitaban con hermosas melodías. La jovencita Scout infirió que personas como Tom Robinson y Boo Radley eran mockingbirds, porque gozan de una bondad interior que merece ser compartida.

Personalmente, mi “pecado” fue ser gentil, responder una sola vez a alguien que me procuraba (sin conocer su profesión) y buscar una forma amable de decirle que no podía atender su inquietud. Para completar, lo hice tarde, cuando no tendría el más mínimo efecto. Si para recibir justicia tengo que cambiar el modo cortés en que trato a los demás, prefiero abrazar y besar las cadenas. Sé que no es algo personal. Es por intereses mayores. Pero han tratado de matar un mockingbird. Lo más que indigna es que eso ocurra a diario contra seres vulnerables. Aún así, mi corazón no guarda espacio para el rencor. Cada vez entiendo y admiro más la figura del protagonista, el abogado íntegro, Atticus Finch. Ese es el abogado que los letrados debemos aspirar a convertirnos. Más adelante les hablaré del ave fénix.

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