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Más cerca de los 30 que de los 20

Las arrugas en la cara de Karla le han dado tremendo "reality check" de su vida personal, y de cómo lleva casi 30 años perdiéndose de otras cosas por estar 'trabaja que trabaja'. Lee su columna

Hace unas semanas me desperté con tres arrugas en la frente. Tres lineas que me recordaron que “los años pasan, pesan y pisan”; tres líneas que me recordaron que esta pendejá no es para siempre.

Me miré en el espejo, agarré un poco de humectante que me regaló mi hermana hace años (porque en mi mente esas cosas no expiraran) y me lo puse en toda cara. Caminé al sofá y agarré mi laptop. Búsqueda en Google: “botox”.

Porque es que las mujeres somos una cosa mala. Cuando el botox y las cirugías se pusieron de moda, pelábamos a toda la que se hiciera algo. Pero la cosa cambia cuando eres tú la que se levanta con más arrugas que José Nogueras. En ese momento nada importa. La vanidad toca a tu puerta y tú se la abres como si fuera delivery de pizza.

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Pero esa búsqueda duró solo un ratito. Primero porque, de corazón, me da miedo que si me pongo botox voy a perder la habilidad de subir una sola ceja cuando tengo coraje (como The Rock y mi abuelo). Segundo, porque no sé si tengo los pantalones de que me pongan inyecciones en este rostro que Pito y Mery hicieron con tanto amor en los barrios de Carolina.

Así que llamé a mi mamá, la diosa de las cremas para permanecer joven. Es más, déjenme explicarles. Cuenta la leyenda que mi mamá usa cremas para la cara desde los 13 años (cosa que se me hace raro porque no sé cómo esos productos llegaban a su jalda en Cupey). Pero lo que sí es un hecho es que yo crecí viendo a mi mamá poniéndose cremas en la mañana y en la noche, escondiéndose del Sol porque “eso me pone vieja y me salen manchas”, y haciéndose faciales aunque la piña esté agria (porque somos pobres, pero sin arrugas).

Mi mamá me dijo que ella me iba a comprar las cremas porque, y cito: “tú no sabes de esas cosas y después te cogen de estúpida en las tiendas”. Luego me dijo: “Es que tú no entiendes que ya ESTÁS MÁS CERCA DE LOS 30 QUE DE LOS 20”. Me reí y le dije que la llamaba después. Pero la verdad es que mami me destruyó el día como mismo el Gobierno destruye el futuro de los puertorriqueños.

Esa oración de “estás más cerca de los 30 que de los 20” ha estado conmigo desde ese día.

Las tres arrugas inmundas siguen ahí, pero el eco de esa oración es más profundo que ellas. Me quedé pensando en que, carajo, este año cumplo 28, y mi vida es bien diferente a la de la mayoría de las personas que me rodean.

A los 28 mi mamá ya tenía dos hijos y estaba conociendo a mi papá, y dicen por ahí que un año después tuvo a su tercer bebé: esta joya caribeña que les escribe. A esa misma edad mi hermana ya tenía dos hijos y los mantenía sola (además encontró la manera de tener abdominales sin hacer ejercicios).

Hoy todos mis primos están casados y la mayoría de mis amigas están en relaciones serias y/o con crías.

Yo, criada en una familia de pastores pentecostales y educada en colegios religiosos, tenía un plan de vida: graduarme de la universidad, casarme, tener dos bebés (Luka y Galilea, porque sí, tenían nombre) y ya, viajar por ahí, ver cositas y morirme.

Pero entonces llegó la graduación y la oportunidad de casarme con un gringito que me trataba súper bien (como estaba planificado), y tan pronto yo vi que ese muchacho quería comprar una sortija, corrí más rápido que Culson.

Fue en ese momento que decidí que me iba a casar con el trabajo, y el que me conoce sabe que amo trabajar y que es lo único que hago. Que me gusta ser la mejor en lo que hago aunque eso me cause ansiedad y mini ataques de pánico. Que la pasión que le pongo a las cosas es tanta, que la mitad de las personas que trabajan conmigo piensan que estoy loca.

Ahora bien, de momento llegó mi mamá con eso de que “estás más cerca de los 30 que de los 20”, y me paré en seco. Y me pregunté qué más he hecho además de trabajar. Desde que me gradué no he hecho otra cosa (bueno, por tres años además de trabajar me iba de fiesta todos los días, así que hacía alguito más). Me di cuenta de que la razón por la que mis compañeros de trabajo me miran como loca es porque ellos tienen algo más que hacer, tienen una vida afuera del trabajo. Se tomaron el tiempo de hacer algo más. Tienen otras prioridades.

Tienen una felicidad que yo no conozco. Su felicidad viene de interacciones y relaciones. La mía viene de emails, llamadas y el resultado exitoso de algún producto final. Llevo tanto tiempo trabajando sin parar, que cuando hablo con desconocidos no tengo temas de conversación.

Solo hablo de mi trabajo.

Me di cuenta de que sí, he cumplido mis metas laborales (creo). Pero no he ido a ninguno de los países que sueño con ir, no me han llevado a un date de verdad en años, no me he sentado en la playa a ver un atardecer porque “después hay tapón para virar a la casa y no puedo terminar de trabajar” y, ya teniendo el dinero, no he sacado ni el tiempo para hacerme las benditas tetas que me quiero reducir desde que tengo como 18 años. Me enfoqué tanto en trabajar y (como dicen mis beibis mexicanos) en convertirme en la más chingona, que me olvidé de que la vida pasa… que hay algo más.

Estoy “más cerca de los 30 que de los 20”, llevo dos años de una de las ciudades más interesantes de Estados Unidos, y cualquier turista aquí ha explorado más que yo… ha vivido más que yo. Tengo 27 años y ya un doctor me dijo que todos mis problemas de salud tienen que ver con altos niveles de estrés. Un estrés causado por mí misma y por la sensación de que siempre puedo hacer más; la sensación de que siempre puedo ser mejor.

Y si usted es mucho mayor que yo, de seguro está leyendo esto pensando: “Por Dios, mira a esta chamaquita quejándose por su edad y por trabajar”. Si usted piensa así, en serio no me importa. Además, esto no es una queja hacia al trabajo, es un recordatorio de que mañana usted se muere pero el trabajo se queda ahí, consiguen a alguien nuevo y ya, todo sigue.

Todavía odio a esas tres arrugas. Todavía escribo la palabra “botox” en Google. Pero una cosa me alegra, y es que mami me haya dicho que estoy “más cerca de los 30 que de los 20”. Ahora miro esas tres arrugas y, aunque sigo sintiendo desprecio hacia ellas, me acuerdo de que hacer dinero y “trabajar para el inglés” está bien, pero “vivir” está mejor.

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