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Arzobispo: no repose, pague

Lea la opinión de Dennise Pérez

Creo que pegué un grito de alegría en un lugar público cuando me enteré el viernes, por la notificación electrónica de Metro, de que un Juez había ordenado a la Iglesia católica reanudar el pago de pensiones a maestros que quedaron en un limbo tras la injusta y cuestionable eliminación del Plan de Pensiones de las Escuelas Católicas.

De acuerdo con la determinación del santo juez, la Iglesia católica tiene que pagar “inmediatamente y sin más demora”, incluso mientras concluye el pleito.

“Inmediatamente”—en el diccionario que el colegio católico donde estudié me hizo comprar y en el diccionario de cualquier persona razonable— significa “ahora”. No es “horita” o el “mes que viene”. Es “dícese de inmediato, ahora, hoy, que te las pites ya y que pa’ luego es tarde”.

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No soy abogada, así que mi opinión es estrictamente de ser humano con sentido de justicia. No es posible que maestros que se han fajado de campana a campana se levantaran un día con una cartita poco cristiana, pero muy actuarial diciendo que no podrían seguir recibiendo su pensión porque el plan no tenía suficientes fondos.

Excuse me? ¿Que dónde está el dinero que llevo una vida aportando y con el que contaba ahora que estoy retirado, viejo y con necesidades? Excuse me?

Yo leía en esos días y me preguntaba dónde estaba el sentido de justicia de mi Iglesia, dónde estaba la misericordia y dónde estaba lo que era del César, porque ya lo que era de Dios, de Dios era. Me preguntaba también cómo un ser humano podía aducir sin calor en la cara que no tenía chavos pa’ pagar, punto, mientras a boca de jarro se hacía portavoz de injusticias sociales y laborales en isla, y contra la corrupción. Pero de los fonditos desaparecidos de la pensión de los maestros de colegios católicos, de eso no se podía hablar. Shhh… La moral en calzoncillos, como casi siempre.

Me pregunto qué pensaba el gobernador Alejandro García Padilla cuando lo nombró al famoso comité aquel para “mediar” entre los sindicatos magisteriales y buscar posibles salidas al revolú de sus pensiones. Es como nombrar a un pillo de luz a reestructurar el sistema de facturación de Energía Eléctrica. Duh!

¿Cómo creer en una persona a quien no se le pidió nunca cuentas administrativas antes de que explotara la bomba? ¿Cómo confiar en las recomendaciones de alguien con un serio conflicto espiritual en el tema? ¿Cómo darle, incluso, el beneficio de la duda a alguien que había condenado con sus decisiones a gente buena a vivir o a resignarse a la pobreza por su fondo menguado por mala administración? Conozco maestros retirados que, simplemente, vendieron todo lo que tenían y terminaron viviendo en pequeños apartamentos alquilados o viviendo con sus hijos por causa de esa determinación.

Y cuando finalmente alguien le hace un poco de justicia con una determinación judicial, uno dice: “Bueno, se hizo la luz”. Pues no. No se hizo ninguna luz. Porque a horas de esa determinación, el siempre sorprendente arzobispo, que habla solo a conveniencia, tuvo la belleza de solicitar espacio para seguir la batalla legal y que le dieran “reposo” al asunto. ¡Reposo!

Señor arzobispo: a menos que usted tenga un pacto milagroso con sus deudores, las necesidades que con su determinación ha creado, no tienen pausa, descanso ni reposo. Si yo fuera un maestro retirado y en necesidad, con cobradores detrás, cada vez que me llamara alguien a quien le debo, le daría su número y el de la Arquidiócesis de San Juan. No le daría el número de la Santa Sede en Roma porque tengo fe de que Francisco le retire algún día la confianza. Es que, en 2016, mi admirado Francisco dijo que la explotación laboral es pecado mortal. Y si no es explotación trabajar y dejarle mi dinero para que luego no aparezca, que venga Dios y lo vea.

Señor arzobispo: si bien esto que le planteo no es personal, porque no soy ni maestra ni pensionada, yo, como ser humano y como católica practicante, rechazo y censuro su silencio que, me perdona, no es de Dios.

Además, esos maestros a quienes usted les debe ahora fueron los que me educaron a mí. Junto a mis padres, me inculcaron sentido de justicia, la que viene de los más altos sentidos cristianos. Viene de Dios, pero también del calor en la cara.

No repose. Pague. Ahora.

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