La ofuscación por cumplir con la entrega del trabajo periodístico podría ocasionar errores durante el proceso. La prisa es mala consejera para el periodista, y cuando no se toma el tiempo para observar, peor es el escenario. Quizá eso le pasó a una periodista que, inadvertidamente, estaba entrevistando a la principal sospechosa del asesinato de un niño en España.
Los periodistas no estamos para juzgar ni mucho menos hacerle el trabajo a la fiscalía, pero la inexperta no se percató de los errores que cometía. El lenguaje corporal de la mujer que esta entrevistaba decía más que mil palabras y la reportera no pudo leerlo. La entrevistada estaba cabizbaja, voz temblorosa, evidente nerviosismo, mirando de lado a lado y esquivando la mirada de la entrevistadora. Los periodistas de televisión miramos fijamente al entrevistado y nunca le perdemos la pista a las palabras. Es la mejor manera de ser incisivo y que no se escape detalle alguno. Mientras tanto, la reportera estaba despistada, pendiente a su melena, a la mosca que pasó y al ruido que hacían los agentes a cargo de la pesquisa. Nunca prestó atención a la mujer entrevistada y cómo sus manos apenas podían quedarse quietas. El lenguaje corporal dice mucho y es indispensable conocer sus significados. Si hubiera buscado la mirada de la entrevistada a quien le preguntó, en medio de la transmisión, su nombre —lo que refleja que permitió que estuviera en la entrevista sin hacer un acercamiento previo—, habría podido llevar a cabo buen trabajo.
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El caso es que luego de varios días, el noticiario publicó nuevamente la entrevista y la cara de perplejidad de la reportera valía un millón, porque de entrevistadora pasó a entrevistada por los presentadores. Las preguntas de estos giraban en torno a lo que observó, si notó alguna señal de nerviosismo y si no se dio cuenta de que la mujer, ahora sospechosa, estaba mintiendo. Es decir, los presentadores se convirtieron en juzgadores del caso y juzgaban a su compañera periodista. No sé cuál de los dos casos es más antiético.
Cubrir escenas dolorosas como son los asesinatos, en los que entre las víctimas hay niños, es sumamente difícil. Es en esas situaciones cuando se debe cuidar más la ética. Colóquese en el lugar de los parientes y familiares de las víctimas y encontrará las respuestas. No es momento de juzgar, debido a que los elementos del delito todavía no se han investigado en su totalidad. Las preguntas a aquellos que lo permiten requieren inteligencia y conocimiento legal. Tampoco es momento de culpar, pues los arrestados tienen derechos y les asiste el debido proceso de ley. Por lo tanto, son sospechosos o presuntos. Estas últimas palabras se han olvidado en muchos escritos y transmisiones. Error que decenas de personas sin conocimiento repiten y repiten, sobre todo en los comentarios de las redes sociales.
Igual ocurrió esta semana, cuando se difundió en las redes sociales un video de un noticiario y una reportera que le informaba, cara a cara, a una mujer que sus hijos habían muerto. Prefiero pensar que es un video de muy mal gusto y que no es real. Ningún periodista verdadero y con conocimiento ético actúa de esa manera.
Son la Policía, el médico, los tanatólogos y los familiares quienes se encargan de manejar esa situación. De hecho, la Policía advierte a la prensa, en la mayoría de los casos, que no difundan la historia hasta tanto se hable con los familiares. Es muy doloroso cuando los parientes se enteran por los medios de comunicación. Me preocupa que esa situación continúe repitiéndose por el afán de mostrar que se tienen los detalles primero que la competencia. Qué doloroso es cuando no se tiene ética en las venas. También me preocupa que las audiencias piensen que todos los periodistas son iguales en términos a su ejecución. Seamos más prudentes en las escenas criminales, pues hay límites que no se deben cruzar. Los familiares de la víctima agradecerán el respeto.