El problema de este país no es la secretaria de Educación, Julia Keleher, ni el de Seguridad Pública, Héctor Pesquera, ni el gobernador Ricardo Rosselló, ni la Junta de Control Fiscal. No lo son.
Poco importa en este momento si nos robaron 16.9 millones de dólares más para una campaña que busca inculcar valores a nuestros niños.
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Poco importa si todos(as) los que tenemos dos dedos de frente sabemos que los valores no se pueden enseñar con cartulinas sino que se modelan con la práctica diaria.
Poco importa que sepamos que un gran ejemplo de respeto sería no echarse al bolsillo $250,000 en un país donde decenas de miles padecen hambre, no tienen para comprar medicinas y continúan sin vivienda.
Importa un bledo que todos estemos de acuerdo en que un ejemplo extraordinario de justicia sería que el Departamento de Justicia investigara el escándalo de WhatsApp con la seriedad que amerita, y procesen a quienes le hayan fallado a Puerto Rico en su función pública.
Lo que resulta escandaloso y para pelos es que la respuesta colectiva a estos incesantes atropellos sea una mera muestra de indignación en las redes y la creación de un hashtag.
Importa un comino si nos sentimos inseguros en nuestras calles.
El hecho de que solo el 7 % de nuestros asesinatos se estén esclareciendo, que los escalamientos, asaltos y suicidios estén por las nubes y que el secretario insista descaradamente en que tenemos que continuar pagándole un cuarto de millón de dólares por sus atropellos porque “es lo que necesita para sobrevivir” no debería causarnos estupor.
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Resulta un asunto de poca monta el hecho de que la Junta de Control Fiscal y el gobernador vuelvan a la carga con la reducción de jornada, con una segunda reforma laboral, el aumento descarado a la matricula de la UPR, la privatización de escuelas, el recorte a las pensiones, entre tantas otras medidas de austeridad.
Es trivial que en casi un año y medio no hayamos avanzado nada en la negociación con nuestros bonistas ni sepamos qué rayos ha ocurrido con la auditoría de la deuda que se comprometió a hacer la Junta y la jueza Taylor Swain.
En verdad, a estas alturas del juego, importa muy poco todo eso.
Y es que esperamos responsabilidad, civismo, bondad y confiabilidad de quienes han venido por décadas al pillaje, al saqueo y les importa un soberano cacahuate nuestro dolor colectivo e individual.
Mañana puede renunciar Julia Keleher, Héctor Pesquera, el gabinete completo y el mismísimo gobernador y, pasado mañana, tendremos a otro u otros que actúan con el mismo desdén ante el país.
El problema es que, como pueblo, nadie nos respeta. Saben que olvidamos, que no somos violentos ni una amenaza para nadie. Que somos dóciles y aguantones.
Saben que cuando llegue el 2020 las inversiones políticas que se hicieron durante el cuatrienio pagaran sus dividendos en donativos de campaña y que nosotros, como reces llevadas al matadero dócilmente, los seguiremos reeligiendo.
Esas claques saben que, a fin de cuentas, los puertorriqueños somos adictos a dividirnos por bobadas. A debilitarnos unos a otros y a comernos por los rabos.
Ahí están los trabajadores de empresa privada que han sido azotados inmisericordemente por las reformas tirándole a los sindicatos. Ahí están los sindicatos, que en su mayoría no han dado un tajo por defender a esos mismos trabajadores que no están organizados y que no pagan cuota a nadie.
Ahí están los gremios magisteriales que, solo sabe el Dios omnisapiente, que es lo que están esperando para unirse en la madre de todas las luchas a favor de nuestra educación pública.
Ahi están las mujeres que se felicitaron en el Día Internacional de la Mujer mientras arrastraban el piso con las organizaciones feministas que buscaban visibilizar el hecho de que se ha alcanzado mucho, pero falta demasiado para lograr la equidad porque todavía ganan menos que nosotros a pesar de que se educan más. Porque todas las semanas un macharrán mata a una mujer en este país. Porque todavía las siguen acosando en el trabajo y en la calle. Porque todavía hay hombres que se creen dueños de sus cuerpos y futuro. Porque todavía son solo el 15 % de todas las posiciones de liderato en este país a pesar de que son la mayoría poblacional. Porque la verdad es que todavía no son libres.
A fin de cuentas ahí estamos todas y todos porque podríamos hacer más para mostrar nuestra indignación y nuestra resolución de limpiar el país de la escoria que nos ha robado el encanto.
El problema somos nosotros.
Cuando menos, esta gente no debería poder salir ni a la esquina sin sentir nuestro rechazo absoluto. Que cuando vayan al supermercado, al banco, a la gasolinera o hagan una aparición pública no puedan estar en el lugar sin que todos a su alrededor le pidan la renuncia y le expresen su mas profunda inconformidad con su gestión.
Que escuchen el mensaje alto y claro: nosotros no nos vamos de aquí y nosotros no los queremos aquí así que son ustedes quienes se tienen que ir.
Si seguimos con la dinámica que llevamos, créame todos ellos están muy bien. Se echan al bolsillo un buen billete o invierten política y económicamente para hacerse más millonarios una vez salgan de sus cargos. Ellos no son el problema.