Cada vez que el gobernador Ricardo Rosselló se queja sobre el coloniaje y cómo le ata las manos para actuar sobre los problemas del país —desde la criminalidad y el desempleo hasta la escasez de toldos azules y postes eléctricos— recordemos que se lo debe todo a una agenda concertada de su propia colectividad. Y es que el Partido Nuevo Progresista es un saco de contradicciones. Procuran gobernar el país, pero por años pretendieron convencer al americano de que quienes verdaderamente gobernaban, en virtud de la cláusula territorial y de lo que ellos denominaban como la mentira del Estado Libre Asociado, eran los federales. La gran victoria del PNP es que lograron su cometido: convencieron a los americanos.
Por supuesto, que, si iban a gobernar la colonia, lo iban a hacer a la usanza clásica: desde la metrópolis, sin intervención de los locales. De ahí, la Junta; impuesta, no electa, autoritaria, pródiga con nuestro dinero y sorda ante los reclamos del pueblo. Pero ahora, luego de haber probado su caso ante el Congreso, el hijo del artífice de esa gran estrategia destructiva, se lamenta cada vez que su poder como gobernador se ve tronchado. ¿Acaso no era esto lo que querían? ¿Acaso la gran crisis puertorriqueña no sería la fuerza catalizadora para la transición hacia la estadidad?
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El PNP se autoemboscó. Como partido que aspira a ganar mayorías electorales para administrar el quehacer público, su meta debe ser producir resultados positivos de su gestión para revalidar y mantenerse en el poder. Como movimiento ideológico, su meta debe ser la promoción de la estadidad en sus méritos, tanto en Puerto Rico como en Estados Unidos. Planteado así, una cosa no tiene por qué confligir con la otra.
Sin embargo, desde 1993, con la derrota de la estadidad en el primer plebiscito legislado por el gobierno de Pedro Rosselló, el PNP cambió de estrategia. En vez de vender la anexión, decidieron atacar y destruir los cimientos jurídicos y políticos del ELA, tanto en San Juan como en Washington. Sería cómico si no fuera tan trágico, pero el Gobierno de Puerto Rico, cual ente suicida, dedicó millones de dólares, a partir de las instrucciones del primer Rosselló, recaudados bajo las leyes del ELA, para cabildear al Congreso y al Ejecutivo federal y convencerlos de que el ELA era una bestia malparida. Así como lo lee: un Gobierno financiando su propia destrucción.
Irónicamente, el segundo Rosselló pega el grito en el cielo cada vez que percibe que la condición colonial, que ellos han promovido activamente en Washington por décadas, le impide ejercer su poder como mandatario. En semanas recientes, se quejó cuando el Tesoro federal no quiso desembolsar el total de los fondos del préstamo autorizado por el Congreso. Se quejó también de que el Cuerpo de Ingenieros no se tardaría tanto en restablecer el servicio eléctrico en un estado. Su secretario de Obras Públicas culpó a la colonia por la falta de semáforos funcionales en nuestras calles. Y en su Mensaje de Estado, después de cada expresión inconexa, el llamado a acabar con la colonia.
No siempre fue así. Una figura como Carlos Romero Barceló, con todo y sus impecables credenciales anexionistas, hablaba durante su gobernación de los logros del ELA y abogaba por el fortalecimiento de “los lazos de unión permanente” con EE. UU. En una celebración del 25 de julio, habló del “proceso de democratización” que dio inicio con la creación del ELA en 1952. La estadidad era entonces la culminación de ese proceso. En el presente, su extremismo y desprecio hacia lo que logró una generación de puertorriqueños de diversos sectores políticos, los llevó incluso a sustituir la celebración de nuestra Constitución —de nuestro gobierno propio— por un feriado que celebra la imposición colonial que fue el Acta Jones.
Habiendo logrado su cometido de destruir las bases del ELA, el PNP prueba ahora el trago amargo que se sirvieron. Con un ELA debilitado, el país que aspiran a gobernar cada cuatro años es psíquica y políticamente incapaz; en efecto, no tenemos el poder para gobernarnos. Peor aún, han retrasado el proceso democrático en nuestro país y su propio ideal de algún día lograr la admisión de Puerto Rico como estado. Quien crea que hoy estamos más cerca de ser estado, cuando el Gobierno federal nos gobierna directamente, y nos ven sumisos y mansos celebrando que el americano nos lance cualquier dádiva, sea la ciudadanía o un rollo de papel toalla, está viviendo una fantasía.
Pero no se quejen; todo esto es de su propia hechura.