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Wakanda Forever

Los que sí se veían como yo, según Hollywood, eran maleantes. Siempre los malos de la película. Según la televisión local no podían aspirar a más que ser sirvientes o deportistas

Nunca tomo el entretenimiento a la ligera. Después de todo, la historia nos ha dejado claro que detrás de la inofensiva fachada de una película o un programa divertido, o de una canción que te hage bailar, o de un buen paso de comedia, se entretejen discursos que ayudan a dar forma a nuestro paradigma social, a nuestros afectos y desafectos, nuestros gustos y prejuicios.

Esos discursos —lo queramos o no, seamos conscientes de ello o no— van taladrando en nuestra cabeza. Así, como un cincel que da forma a lo que somos.

Cuando crecía, de ese aparato de luz y sonido en frente al que pasaba horas muertas en busca de héroes, diversión y aventuras, no encontraba muchos referentes. Pocos se veían como yo y muchos de los que sí lo hacían parecían estar condenados a roles menores. Negros, tan negros como mi imagen frente al espejo, no salían muchos de ese televisor que me divertía durante horas. Los que sí se veían como yo, según Hollywood, eran maleantes. Siempre los malos de la película. Según la televisión local no podían aspirar a más que ser sirvientes o deportistas. ¿Reyes y reinas? ¿Presidentes o científicos? Ni pensarlo. Por suerte, en mi casa, el discurso —y el ejemplo— superaba la vida de esa ficción construida a fuerza de estigmas y clichés. Mis padres (un comerciante respetado y una maestra) habían roto (y antes que ellos, sus padres) esa idea de lo que era posible para hombres y mujeres negros. Así que yo también me propuse ser más de lo que la sociedad me tenía escogido.

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Tal vez por todo lo anterior y por la conciencia del peso que el discurso mediático ejerce sobre la formación de los más pequeños, no pude evitar el entusiasmo, mientras, sentado en mi butaca del cine iba descubriendo los discursos detrás de la película Black Panther. Nadie se lleve al engaño de pensar que lo que se ofrece al espectador es entretenimiento inofensivo. Black Panther es subversiva debajo del colorido, las explosiones y la música. Propone múltiples rupturas en el discurso público. Toda una contrapropuesta de roles disfrazada de historia de superhéroe.

“Negros, tan negros como mi imagen frente al espejo, no salían muchos de ese televisor que me divertía durante horas. Los que sí se veían como yo, según Hollywood, eran maleantes”.

En primer lugar, la visión del África negra. La película nos pide poner en un segundo plano la visión de la historia en la que la única aportación de los negros al mundo es haber sido víctimas de la esclavitud. La película no ignora lo anterior, pero nos recuerda que antes del tráfico de esclavos, África fue un continente con una historia milenaria, reinos de reyes y reinas, como aquellos que la historia oficial solo aparta para Europa. Da gusto ver las culturas de ese continente representadas de manera justa.

En segundo lugar, los roles de género. Wakanda, la nación utópica que sirve de escenario para gran parte de la acción, nos presenta una sociedad de avanzada en la que hombres y mujeres se ven como “iguales”. Una nación de mujeres poderosas y de hombres, igualmente poderosos, que se ven a sí mismos como iguales, sin espacio a la intimidación. Todos los niños y niñas deberían exponerse a personajes con la fortaleza de Okoye y el ejército de mujeres de Dora Milaje; o a modelos de relaciones de respeto como la de T’Challa y Nakia. A jóvenes intelectuales y poderosas como la reformista princesa Shuri. Todo un deleite a los sentidos. El cine y sus recursos de mayor alcance al servicio de la creación de nuevos y mejores modelos.

Wakanda es solo ficción, lo sé. Pero al verla no pude evitar la emoción de adolescente y el deseo de ver más. De permitirme soñar con la certeza de que los más pequeños que aún buscan modelos de reafirmación encontrarán un espacio de empoderamiento y confort que les permitirá soñar. ¡Que sueñen! Después de todo, los grandes cambios comienzan con la utopía. #WakandaForever

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