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El valor de nuestras escuelas

Lea la opinión de Hiram Guadalupe

En la mayoría de los países del mundo, la educación pública es la piedra angular sobre la que se desarrolla la sociedad. Es la herramienta de transformación más importante que tiene una nación; el arma para enfrentar los desafíos que imponen los tiempos.

Bajo esas premisas, no es errado señalar que cuando un país atraviesa por una profunda crisis algo anda mal con su educación. Entonces, hay que detenerse a reflexionar sobre el sistema educativo y, despojados de intereses particulares, comenzar a trazar nuevas estrategias para fortalecer y revitalizar el proyecto de educación.

Las preguntas se asoman inquietas, desesperadas. ¿Cómo lo hacemos? ¿Hacia dónde volteamos la mirada para enriquecer nuestro modelo de enseñanza público? ¿Cuán capaces somos de apostar y trabajar por una verdadera transformación educativa?

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En estos momentos nos asiste la discusión de una reforma educativa impulsada con fuerza -y con mucha prisa- desde La Fortaleza. Esta es la segunda propuesta de reforma que vemos circular por la Legislatura en los últimos cuatro años y, como en la ocasión anterior, la iniciativa gubernamental adolece de una visión educativa de país que defina el propósito que persigue la rearticulación del sistema de educación pública.

El eje de la propuesta actual es encauzar una reorganización administrativa sustentada en el estribillo de que los recursos deben estar dirigidos al estudiante. Poco o nada hay de una visión clara que defina el objetivo del proyecto educativo en función del país al que aspiramos y de las competencias del ciudadano que deseamos forjar.

Si bien es cierto que hay que administrar mejor los fondos públicos y que con el presupuesto invertido en el Departamento de Educación deberíamos tener mejores resultados, también es correcto afirmar que los procesos educativos no pueden medirse con criterios exclusivamente cuantitativos, contables. La educación forma personas, transforma sociedades, construye futuro.

La estrategia principal de la reforma en discusión está anclada en impulsar los modelos de escuelas alianzas, un eufemismo utilizado para imponer en nuestro sistema las famosas escuelas chárter.

Se trata, a su vez, de traer nuevamente a nuestra consideración la implantación de un modelo educativo que ha sido impulsado en Estados Unidos por las pasadas décadas y cuyos resultados no abonan a fanfarrear éxito alguno.

Desde el gobierno nos dicen que la intención del gobierno es que las organizaciones sin fines de lucro, municipios y universidades encabecen la lista de entidades que asumirán la administración y operación de las escuelas públicas. Se trata, en síntesis, de la institucionalización de un modelo de gerencia educativa que, como sugiere la pieza legislativa, habría de implantarse en la isla de forma escalonada, comenzando con 14 escuelas durante su primer año.

Mas sucede que, por más que el gobierno propague la idea de las escuelas chárter e invierta recursos en publicitarlas, estamos frente a una propuesta que carece de fundamento empírico que pruebe su éxito.

Basta revisar las investigaciones realizadas por prestigiosas universidades estadounidenses que se han adentrado en el funcionamiento de las chárter en ese país para descubrir que, en la inmensa mayoría de los casos, no arrojan resultados positivos.

Por el contrario, los estudios revelan que esas escuelas chárter carecen de capacidad innovadora; muestran tendencias de segregación económica, racial y social; no reflejan mejor desempeño académico; y sufren de inestabilidad en su cuerpo docente como consecuencia de la excesiva carga académica de los maestros, los bajos salarios y las escasas protecciones laborales.

La evidencia también afirma que las chárter no son la ruta certera hacia la transformación del sistema educativo público. Todo lo contrario, podría representar la peor de las alternativas.

Sin embargo, al momento de hablar de cambios en la educación pública poco se mencionan los grandes avances que han logrado muchas de nuestras escuelas, superando todo tipo de adversidad.

Sí, solo hay que mirar bien nuestro sistema educativo y encontraremos muchas experiencias de éxito en comunidades escolares que han logrado establecer modelos educativos innovadores que deberían ser punta de lanza para impulsar un proyecto transformador.

Hablemos, por ejemplo, de la maravillosa experiencia de la escuela Diego Vázquez en la Barriada Morales en Caguas. Examinemos, además, el modelo de escuela especializada pública de University Gardens, en Río Piedras, o lo que ocurre en escuelas públicas en Aguada, Quebradillas, Caguas y en muchos rincones del país donde los estudiantes alcanzan las mejores promedios académicos y logran las más altas puntuaciones en los exámenes de admisión a universidades.

Si aspiramos a lograr cambios en nuestro sistema de educación pública deberíamos comenzar conociendo mejor qué hacemos en nuestras escuelas y desde ahí iniciar cualquier propuesta de cambio. Pero, tristemente, los gobiernos adoptan la ruta equivocada.

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