Somos gente extraña. Llevamos desde Irma quejándonos porque los semáforos están descuajados, intermitentes o inoperantes.
Hemos invertido muchísimos recursos en traer refuerzos de afuera. Hemos tenido voluntarios dirigiendo el tráfico. Hemos traído policías de Estados Unidos, hemos tenido policías estatales, nacionales, municipales, todo porque supuestamente la falta de semáforos creaba caos.
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Pues resulta que, en muchas intersecciones, regresaron la luz y el semáforo, pero seguimos siendo un caos. Ahora es una quejadera porque llegó la luz, llegó el semáforo y, entonces, dizque hay más tapón.
“Antes yo me tiraba la misión, me metía como podía y llegaba antes al trabajo que ahora”, escuché decir a alguien muy cercano a mí el otro día. Creo que lo repite casi a diario porque lleva ya dos semanas con semáforo funcional a la salida de su casa.
Y lo dice con una angustia…
Los semáforos sin luz han ocasionado no sé cuántos accidentes y no sé cuántas reclamaciones a las aseguradoras. Como me dijo el otro día un policía: “Responsabilidad compartida”. Eso es lo que les han metido a montones de accidentes por más que se les explique cómo fueron los hechos. La presunción es que, ante un semáforo sin luz, todo el mundo se tira el MacGyver y resuelve de manera inexplicable su way in. Así que me cuenta este policía que casi no deja hablar a los accidentados. Llega ya con el informe que dice “responsabilidad compartida”. Y cada cual que resuelva con su seguro.
El otro día entrevistábamos al jefe del DTOP sobre los semáforos y yo insistía en la reinstalación de estos como algo que debe darnos una señal de normalidad y de recuperación. Él nos explicaba “la cara del semáforo”, y no sé cuántas otras partes que yo vine a conocer ahora poshuracán. Lo explicaba de buena fe y porque es una pregunta legítima, sobre todo a más de cinco meses del impacto de los huracanes.
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Después me puse a pensar y puede que haya algo de eso, pero el problema principal no es el semáforo. Es la gente. En muchísimos lugares del mundo donde no hay semáforos, todos los autos se detienen y, poco a poco, y usando la lógica y el sentido de convivencia amable, se van dando paso sin líos, sin sacadas de dedos, sin insultos, sin amenazas y sin hacerse mala sangre.
El otro día estuve en un breve viaje a las islitas vecinas, muchas azotadas por los huracanes que nos dieron a nosotros, y mi hijo les preguntaba a todos los guías turísticos por qué no veía muchos semáforos y por qué no había tapón. Esa es la pregunta de un niño que en aquel momento tenía 11 años. Inexplicable que no sea la lógica de un adulto conductor de Puerto Rico, que ha tomado dos pruebas para tener licencia, y que para renovarla necesita no haberse metido en líos mayores que le quiten puntos y le impongan penas.
“La gente sabe cómo. No es problema para nada”, le dijo el guía turístico de Barbados, el de St. Kitts, el de St. Lucia, el de Martinique y algunas otras islas.
Pues, a base de eso, aquí la gente no sabe. Nosotros, ante un semáforo, o ante una intersección semiproblemática, nos convertimos en semisalvajes. Es como si se nos borrara lo que aprendimos. Como si Tarzán llegara a Guaynabo City.