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Enfermarse es un lujo

Lea la opinión de Mariliana Torres

Enfermarse es un lujo que no debemos darnos en estos momentos. En circunstancias normales vas a una sala de emergencia y recibes el cuidado, pero hoy día se puede encontrar un panorama desesperante. El huracán María aumentó la ola migratoria de profesionales de la salud.

Allí (en una sala de emergencias), entre cortinas y el frío inhumano, se conoce a decenas de personas, en esta ocasión, afectados por la enfermedad de la temporada: la influenza.

Uno no le presta atención ni a los síntomas ni a la enfermedad hasta que le toca. Luego recuerdas que te vacunaste y pensabas estar protegido hasta que, de repente, el doctor de turno te dice que el virus mutó y que la vacuna no protege en su totalidad. Mientras el cuerpo entumecido espera por la sanación, se escuchan las quejas del personal por la falta de equipo médico y materiales indispensables. “No hay gazas”, gritan tras la cortina. “Tienes suerte que hay médico”, le responden. Algunos ríen. Parecería un chiste de muy mal gusto, pero es la realidad.

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Ya conocíamos que, en los últimos seis años, el 20 % de los médicos en el país se ha ido. Ello ha ocasionado la sobrecarga de trabajo en el personal que queda. La realidad es que todos los Gobiernos prometen buscar la fórmula mágica para retener el trabajador de la salud, pero no logra detener la ola migratoria. De hecho, ni la promesa de decretos contributivos del gobernador Ricardo Rosselló está evitando el éxodo.

La crisis mayor la sufre el paciente con necesidades especiales o aquellas personas que necesitan con urgencia un profesional de la salud subespecializado. Muchos de los doctores que quedan en el país ya no están recibiendo pacientes nuevos por los problemas con los planes médicos y la falta de pago del Gobierno por los servicios prestados. Si tiene suerte, puede que le den una cita en seis meses. Por eso, enfermarse es un lujo.

En la fría sala, el vecino se altera y exclama: “Es que aquí nadie se queja… Es para ir al Capitolio y exigir mejores servicios”. Un pueblo enfermo complica la situación política y social de un país que apenas da señales de recuperación.

La influenza va más allá de los síntomas clásicos, repercute en cada hogar que no puede acceder a un trato digno de salud. ¿Cómo podemos estar hablando de libertad religiosa y parques temáticos cuando hay un pueblo enfermo que necesita mejor calidad de vida? La situación de salud en Puerto Rico no está bien y no solo usted lo conoce cuando le toca ir de urgencia al hospital o cuando necesita un especialista. Mire a su alrededor y encontrará a una persona aquejada de salud sin tratamiento o una persona sin techo, debilitada por los males físicos o psiquiátricos.

Debemos girar la cubierta periodística hacia la gente, que es la víctima de un sistema inoperante. La marejada de casos de influenza continúa subiendo y parece desafiar el experimentado Centro para el Control de Enfermedades. De repente, en la fría sala de emergencia, se cae el sistema. No se comunican las computadoras. Afortunadamente, hay planta eléctrica, lo que equivale a que, si se va el servicio de energía, puede seguir operando. ¡Qué afortunados los quejosos!

Nos estamos acostumbrando a la crisis. Destaco al personal que, en circunstancias tan difíciles, sigue laborando y atendiendo a todo aquel que llega. Destaco al que rompe noche y tiende la mano. Esos profesionales son los que sostienen un sistema frágil, burocrático y fragmentado. Aun así, siguen laborando por vocación y la esperanza de que, en los próximos meses, reciba el tratamiento adecuado.

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