“Qué Qué”

El chiste de ser “asegurado” en Puerto Rico

Lea la opinión de Dennise Pérez

Si nos dejamos llevar por la cantidad de pólizas de seguro que cada uno de nosotros tiene, nosotros deberíamos encabezar la lista de las personas más seguras del mundo.
Irónicamente, también somos obligados a serlo. Cuando usted compra un carro, usted no pone el pie en el freno sin haber pagado un costoso seguro que protege, obviamente, al que le realiza el financiamiento y, por supuesto, a usted. Esa es la idea, que no pierdan ni el banco ni usted. Eso se supoooone. Y eso no es si usted quiere. Eso es obliga’o.

El seguro médico es otra cosa. Es una protección que adquiere por si alguna vez le sucede algo. No sea que ingrese en el hospital con un ataque de vesícula y salga en ataúd directito a la funeraria cuando infarte al ver la cuenta a pagar. Si no me equivoco, contrario al sistema de Obamacare establecido en Estados Unidos, aquí no aplica la obligatoriedad de seguro. Si no lo está, pues el riesgo lo está tomando usted, y es un riesgo serio porque uno nunca sabe lo que le trae la vida.

Y sí, amigos, llegamos al seguro de las casas. Yipeeeeeee! Esa póliza de seguro que no a mucha gente le importa, a nivel de que nadie lee bien, firma a las millas, porque se la incluyen en el medio millón de papeles a firmar cuando compran su hogar. ¿Resultado? Nadie sabe bien qué cubre su póliza del hogar. Si se inunda, si se cae un clóset, si los daños son a raíz de que se voló media tormentera en pleno huracán o si pasaste medio huracán empujando el sliding door para evitar la destrucción total.

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Ese el contexto de las pólizas más usadas aquí. Digamos que muchos, cuando te las intentan vender, te venden primero villas y castillas y te llevan al Vanderbilt a tomar champán. Se aprenden hasta los nombres de tus abuelos, te envían postales de cumpleaños y te regalan un cambio de aceite y filtro cada 3,000 milllas.

Ajá. Hasta que los necesitas. Ese día, de repente tu número de celular ya no está en speed dial. Al segundo timbrazo te dan ignore y, si es una aseguradora de autos, cada 15 segundos te piden vía mensaje automático que marques el #1 si prefieres que te devuelvan la llamada “en el orden en el que fue recibida”. Mira, mira, mira…, en el orden en que fue recibida my a*#, a menos que en múltiples ocasiones haya hecho el número 5 millones para que me atiendan. Nunca, jamás, esa llamada ha llegado.

Tras el paso de María, las aseguradoras han hecho el número tres en las razones de hartazgo de la gente: primero, la energía eléctrica; segundo, las telecomunicaciones; y luego, las reclamaciones a las aseguradoras. Es triste, muy triste, pasar una vida pagando un seguro al que hiciste millonario, y que, al necesitarlo, una sola vez, ni siquiera respondan el teléfono.

Igual con los autos, que fue mi caso. Dos vehículos directamente afectados por María. Olvídate de que contestaran el teléfono o se acordaran de mi abuela. No aparecía el ajustador y, luego, no aparecía quién confirmara el estimado del ajustador. Y mientras, uno a pie, porque, aunque la póliza incluye alquiler de auto, sí, Pepe, tiene un máximo, y en esta ocasión lo iba a agotar de aquí al 2019.

¿Lo más brutal? A nadie le importa. “Es que el volumen de casos ha sido brutal”, he escuchado al menos 25 veces. No es mi problema que no estés preparado para operar en el trópico.
Literalmente, desde María estoy haciendo dos reclamaciones de vehículos, con daños ocultos. La única razón por la que he cobrado algo es porque, literalmente, me he tirado la estrategia de la desobediencia civil. “No me muevo de aquí hasta que me resuelvan”. Pero veo el desinterés, la falta de humanidad y me harto. Levanto la mano al hartazgo.

Es como nunca enfermarte y que te nieguen una prueba de CBS. Como chocar y que te digan que programes una llamada de vuelta, cuando no solo una, sino todas las gomas están explotás y el airbag, en tu cara. Que al nene no se le caiga el diente y que te digan que llegará… cuando ya tenga andana.

En inglés hay una estrategia que reúne el comportamiento de las aseguradoras: deny, delay, and defend. Denegar, ganar tiempo y pelear. En el medio, usted y yo.
¡Un chiste!

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