Del sorullo al cachete, un paso es.
Soy fiel creyente en las fiestas del sorullo también conocidas popularmente como serruchos—, aunque cuando soy anfitriona, soy de las que les gusta decir: “Traigan la boca para comer y lo que les guste para beber”.
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Lo primero, porque a mí me gusta cocinar, me relaja, no me da pereza, y me ayuda a tener control de lo que hay y de lo que no hay. Eso que es estrés para unos, a mí me da como un rush de energía de la buena. Además, muchas veces, en los sorullos boricuas terminan llegando ocho bandejas de Hormel, lo que te obliga a comer galletas, queso y jamón hasta la medianoche. Mientras que, si yo asumo la total responsabilidad de la parte de la comida, me aseguro de que haya variedad y alguito para todos los gustos, de acuerdo con los invitados. Y un chin más para cuando estemos todos pasaditos de… hora.
Lo segundo, porque es más natural que cada cual lleve a una fiesta lo que desea beber. Si ese día está de ánimo para cerveza, pues lleva cerveza y no sufre porque yo compré más ron que cerveza. O si ese día está de ron, y yo compré más cerveza, que no muera de estrés. De ese modo, también evito que haga como los estudiantes de college de Estados Unidos, que andan toda la fiesta con el sixpack en el sobaco. (Busquen la palabra en el diccionario, puristas; no empiecen la quejadera. Hasta en inglés: armpit) para asegurarse de que nadie toca lo suyo. Suena y se ve ¡fo!, pero lo vi. Ocurre todo el tiempo y es un claro mensaje de que lo suyo es lo suyo, no una aportación a la fiesta, y más te vale que no le pidas una.
En fin, que mi modo de pedir que lleves lo que quieres beber, es la manera más inteligente (además de costo-efectiva) de asegurar que cada cual se sirve a su gusto.
Pero el otro día hablaba con un amigo sobre cómo la crisis ha ido cambiando el asuntito este del sorullo. Ya no podemos confiar en el concepto original. Hay que asegurarse. Prácticamente, enviar instrucciones escritas, lo que parece de terror en vista de que esos eventos se hacen entre amigos íntimos.
Aquí el nuevo panorama: ves a un amigo llegar con una botella muy envuelta en la bolsa del lugar donde la compró, lo que hace imposible de identificar de inmediato en qué consiste la aportación de bebida. Entonces, ¿qué pasa? Ese pana te llevó un sixpack de cerveza. Super cool. Pero en la fiesta solo tomó Black. Ya a alguien le fastidió la noche. Encima llevó un sixpack y se tomó una botella. Consideración $$$ en negativo.
Entonces está la amiga que lleva una botella de vino blanco. Una. Y luego le preguntas cortésmente qué quiere tomar. “¿Tienes vino tinto?” Ajá. ¿Y pa’ qué llevaste blanco? Derrota todos los propósitos. Y un chin más. Llevaste una botella. Si al final de la noche te tomaste casi tres, no es un sorullo, fue un cachete. Otra vez, consideración $$$ en negativo.
No puedo escribir esto sin recordar —con la editora de este diario como testigo— que una vez, una persona de mucho dinero, fue a una fiesta en casa y llevó una botella de un vino muy, muy, muy barato, mientras la persona tomaba whisky. Quince años más tarde, jefa, esa botella sigue en casa, como símbolo de una cosa inexplicable.
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Como digo lo uno, digo lo otro. También está quien te lleva la botella de champán y es un regalo para el anfitrión. Y no toma champán en la fiesta. Tuvo la consideración suficiente de llevar un vinito, la cerveza y el ron. Cosa de no clavarle el inventario al anfitrión.
“Traigan lo que van a tomar”, puede ser cualquier cosa. CapriSun pa’ los nenes, agua si estás a dieta. El hecho es que no hagas que el anfitrión compre cosas que no sabe que tiene que tener, porque ya está bastante ocupado trabajando para que comas lo que quieras, para todos los gustos, a manos llenas. Pero no, ahí es donde el cachete nos atrapa y es donde a mí me da risa. Ojo, que no me da coraje. Me da risa. Al final, lo importante es reunirse para celebrar la amistad. Lo tengo claro.
Pero hay cosas que son de sentido común. Y a algunos les falta. Cheers!