Parecería como si la administración Trump ignorara que la Internet es una herramienta de comunicación, en estos días, esencial para la transmisión de información, educación y entretenimiento. Así como una vez fueron los medios de comunicación electrónicos esenciales y ahora han tenido que cederle el paso a la velocidad de las redes sociales. Con el desenfrenado objetivo de Trump, de también intentar controlar el ciberespacio, coloca a los usuarios de la red en un peligroso camino de dólares y centavos.
Ya lo dijo Tim Berners-Lee, uno de los padres de la World Wide Web, que, si se revocaban las leyes de neutralidad de la Red en Estados Unidos, los proveedores de Internet podrían decidir qué empresas tendrán éxito en Internet, qué voces son oídas y cuáles son silenciadas. Más claro no lo pudo haber dicho. Se anticipan debates y demandas de grandes proporciones. Si se realiza un análisis de la neutralidad de Internet de Trump, se encontraría que viola principales derechos de los seres humanos: acceso a la información y a la expresión.
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La intención y la decisión son dos de las peores noticias que se han recibido del gobierno del presidente Trump, pues vetan contenidos. Acabar con la neutralidad significa discriminar entre proveedores de contenidos favoreciendo a unos a costa de otros. Sin embargo, el más desfavorecido será el consumidor, que tendrá que pagar más por los contenidos de su preferencia. Los tres representantes de la Comisión Federal de Comunicaciones, nombrados por los republicanos, votaron a favor de suprimir los límites legales que prohíben a los proveedores de Internet discriminar entre proveedores de contenidos. Esas personas han propiciado un fuerte golpe a las dos generaciones que se crían con la tecnología (millennium y generación Z), y que serán los dueños y administradores del mundo en una o par de décadas. Es como vendarle los ojos a la revolución digital. La neutralidad era buena para el usuario de la red porque no tenía que pagar precios más altos por acceder a velocidades mayores de descarga de contenidos. Lo digo en pasado porque, hasta que no se atiendan las decenas de litigios que se radicarán a raíz de la decisión Trump, no sabremos quién prevalecerá en su empeño de control.
En la Unión Europea, también defienden la libertad de contenidos. Entonces, si Trump prevalece, se convertiría en la primera administración del mundo en impedir el acceso a contenidos, y con profundas influencias en la manera en que mercadean las empresas. Interesante que, desde la silla presidencial estadounidense, un magnate empresarial les diga a sus pares cómo hacer dinero y le propicie un golpe nuevamente al bolsillo del ciudadano. Esto va más allá. Al estar en contra de la neutralidad, se coloca en riesgo la manera como circulan las noticias. Por lo tanto, le está negando el derecho que tiene todo ciudadano de conocer la verdad y de estar informado. Es decir, los grandes emporios de la comunicación en Estados Unidos, que según Trump son sus enemigos, se las verán muy difícil para publicar contenidos porque, desde el Despacho Oval, les estarán diciendo qué se publica y qué no. Ello ocasionará, además, el menoscabo de la libre competencia y se le colocará un pie a la investigación periodística y a la innovación de la Internet.
La equidad en Internet es necesaria para que pueda cumplir un fin y bien público. Tratar igual a todos no parece estar en el vocabulario de la administración Trump, que, a su vez, construye una muralla entre ricos y pobres. El derecho a acceder a información es un derecho de todos. Interesante será observar cómo será la actuación de las grandes empresas proveedoras de telecomunicaciones. ¿En dónde se sentarán? En el banquillo del dinero bloqueando a la competencia. Entonces ¿quién protege al ciudadano común? Buena pregunta, que aún no tiene respuesta, pues quienes deciden y, supuestamente, defienden han demostrado profunda inexperiencia en la tecnología y los gustos de las generaciones que se crían, pues no son milleniums ni generación Z.