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Con la lengua afuera

Este año ha sido duro, duro

Cansado

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Faltan once días para que suenen las campanas, exploten los petardos y que llegue el 2018. ¿Cuántos llegamos a esta fecha con la lengua afuera? ¡Manos arribas, mi gente, que somos un montón! Vamos, somos casi todos.

Este año ha sido duro, duro.

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Hemos experimentado cantazos económicos individuales, intentos de humillación como pueblo, unos retos fiscales de índole nunca antes vistos, y hemos quedado aquí, diría yo, “medio de pie”, pecando de decir un disparate similar a “medio embarazada”, porque está claro que se está o no se está. Pero no quiero ser tan negativa.

Creo que aquí estamos… pasándola. Duro o regular. Siempre hay quien muy bien, o quien ya no pudo más. Son los tristes extremos de cualquier circunstancia dura, individual o colectiva.

Yo no sé ustedes pero yo veo a la gente, ya casi al final de este año, bien distinta. No son los mismos rostros. No es el mismo humor, ni es el mismo carácter. Y mira que también nos pasaron cosas buenas, conocimos héroes, tuvimos campeones, pero en cierta medida, todos cambiamos.

Pero soy de las que piensa que no todos los cambios después de las desgracias son para mal. Interpreto ese cambio como una especie de transformación que bien podría ser positiva, como si hubiéramos recibido un wake up call. Y en ese proceso aún nos vemos medio atolondrados, medio reflexivos, y ¿por qué no? enojados, impotentes, sensibles.

Encima es época navideña, en la que ya de por sí las emociones se aprietan un poco, todo es un poco más importante, un poco más especial y a veces un poco más doloroso.

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Y si a eso le sumas la ausencia de luz, la inestabilidad del sistema de acueductos- aunque en muchísima menor escala, el persistente problema de telecomunicaciones y que eres parte de muchos grupos en los que se definen cosas como: si los negocios continuarán abiertos; si hermanos, hermanas o padres se mudarán de Puerto Rico porque no aguantan el empuje o porque simplemente las circunstancias laborales te obligan a irte. Si dejas de pagar el carro, o el carro, o la luz, o todo a la vez, y esperas a que las moratorias te exploten en la cara y te las cobren de cantazo o cuando si Dios permite la luz llegue al túnel.

No son circunstancias fáciles. Eso no significa que Plaza Las Américas esté vacío. No, no, no. De hecho, yo que no aguanto por fobia los centros comerciales y he tenido que ir, lo veo lleno a nivel “se me cae la quijada”, pero también miro las manos de la gente. No veo muchísima bolsa en mano. Lo que veo es un montonal de gente sentado en las columnas cargando celulares y sí, lo más fuerte, he visto gente con multiplugs, entiéndase, cargando celular suyo, celular del hijo, celular del marido, celular del perro, Ipad, power chargers… a veces veo esos casos y quiero entrar a las tiendas a comprarle almohadas para las nalguitas. Porque esas, asumiendo que no están defalcadas, no usan power charger pero tiene bien próximo un coxis que sufre y unas piernas que mínimo tienen que sufrir algún calambre. A algunos he querido ir con un pañito a limpiarle las babitas y decirle: “brother, los celulares tienen 100% de carga; arranca”.

Todas estas cosas, estas caras, estas imágenes, estas actitudes, me dan como puertorriqueña una gran tristeza. No porque no crea en mi gente sino porque siento que el reto ha sido monumental. Lo veo en mis padres y en sus 105 días sin luz que ya les lleva la vida y la paz, y hasta el cuerpo, siendo los poderosos seres espirituales que son. Y como ellos, muchos más.

Pero yo no quiero perder la fe. Algo hay detrás de esta travesura de la naturaleza para hacernos mejor gente a quienes no lo somos aún. Y ejemplo visible a quienes ya lo son. Vamos a llegar al 2018 con la lengua afuera. Pero vamos a llegar.

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