El viernes es 15 de diciembre y el Gobierno no habrá podido cumplir con su promesa de llevar energía eléctrica a todos los rincones del país. Era predecible por la catastrófica situación que nos dejó María y los incidentes imprudentes de funcionarios que han hecho deslucir la labor responsable de otros. Tan pronto los meteorólogos anunciaron la predicción del evento natural que nos arrollaría, sabía que la recuperación sería lenta, empinada y sufrida. Miles de historias periodísticas han sido publicadas sobre María. Sin embargo, las investigaciones realizadas sobre la verdadera cifra de muertos y personas abandonadas a su suerte son las que más me han impactado. No es necesariamente por una simple cifra; es lo que involucra esa alza dramática en el cálculo de muertos que va desde la maldad y la manipulación al ocultar datos hasta, sobre todo, el sufrimiento de familias al conocer cómo su pariente es un número olvidado en el Instituto de Ciencias Forenses o, peor aún, enterarse por la prensa que a su pariente de la tercera edad lo dejaron morir. Muy duro y tercermundista, pero es la realidad. Era más que obvio que la cifra de muertos aumentaría y que el número que pronunció el presidente Donald Trump durante su visita a Puerto Rico cambiaría a lo que hoy se conoce como cifra oficial. Gracias a un trabajo periodístico esmerado, en el que se utilizaron herramientas periodísticas de precisión y contraste de datos, se pudo descubrir la verdad. En esta ocasión, la verdad no es relativa, sino más bien específica, con nuevos datos que arrojan la cifra de más de mil muertos y familias esperando por sus muertos para darles sepultura. Para poder hacer un trabajo periodístico investigativo de esta envergadura, el periodista debe hacer una investigación de campo y no conformarse con las supuestas cifras oficiales que el Gobierno coloca en un portal digital. Los números no se asemejan, pues mientras el Gobierno decía que solo había 16 muertos, ya realmente alcanzaban los treinta y pico de fallecidos. El mismo número que Trump minimizó. Pasaron las semanas y la cifra empezó a aumentar al punto que periodistas del Centro de Periodismo Investigativo constataron que, nada más en los primeros 40 días después del huracán, hubo 985 muertes.
¿Por qué ocultan los Gobiernos las cifras reales? Porque se traduce en apatía del electorado al no cumplir promesas. En este caso, el deceso no es promesa, pero la mentira escala repercusiones políticas vergonzosas. Un buen periodista investigativo siempre se cuestiona las estadísticas oficiales. ¿Cómo se llegó a ese número? ¿Cuáles son las bases? ¿Quiénes son los fallecidos? ¿Cuántos de los fallecidos son personas de la tercera edad olvidados en instituciones? ¿Cuántos murieron por falta de servicios esenciales? ¿Cuántos familiares emigraron y abandonaron a sus parientes? ¿Tiene el Gobierno responsabilidad por ello? ¿Por qué y cuáles fueron las causas de muerte?
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La cifra de 16 muertes se mantuvo interesantemente por más de una semana, cuando la lógica era otra. Pero había que basarse en las cifras oficiales que colocaba el Gobierno en la página sobre el estado de situación. Todos recordarán que cuando Trump pisó el avión presidencial, la cifra ya era otra. Era lógica: país devastado = muertes en aumento por la carencia de servicios.
Y mientras todo esto sucede, los legisladores investigan los errores cometidos por su gobierno durante el huracán. ¿Por qué mejor no destinamos el dinero a las personas que aún no tienen que comer en el centro del país y reúnen al pueblo para delinear estrategias y así evitar caer en la miseria? Para empezar, la manera en que gestionan los datos gubernamentales debe cambiar, y sin duda, la falta de energía eléctrica creó problemas graves que si no se corrigen, porque las tormentas continuarán por la zona, viviremos en un pandemónium por siempre.