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#PuertoRicoTambién

Columna del analista político Armando Valdés Prieto

MeToo Getty Images

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Esta semana, la revista Time nombró como su “persona del año” a las mujeres y a los hombres que rompieron el silencio y denunciaron la cultura de hostigamiento y violencia sexual en diversos ámbitos de la sociedad estadounidense. El hashtag #MeToo, en español “yo también”, sirvió para que más personas revelaran sus propias experiencias con este mal social. En Puerto Rico, aunque este año hemos visto tres casos prominentes de hostigamiento y violencia de género en el mundo político, la cultura todavía no ha enfrentado con seriedad el daño que infligen estos comportamientos en sus miles de víctimas. El espejo donde nos miramos cuando tornamos la vista hacia el norte delata cómo hemos fallado.

En Estados Unidos, el momento actual dio inicio con las revelaciones sobre el poderoso productor de Hollywood, Harvey Weinstein, en el periódico The New York Times. El medio de récord más importante del mundo decidió dedicar significativos recursos periodísticos a investigar los abusos de poder de una persona en el sector privado. Su trabajo no se limitó a recoger denuncias ni a publicar alegaciones sin corroboración. Los periodistas encargados construyeron un relato a base de entrevistas con las víctimas, con confidentes de estas, que habían escuchado sus denuncias contemporáneamente con los actos alegados, y hubo múltiples mujeres prominentes del mundo artístico dispuestas a apostar su propia credibilidad para denunciar pública y abiertamente los actos de Weinstein. Luego de publicadas las denuncias, se abrieron las compuertas para que múltiples víctimas en el espectáculo, los medios de comunicación, la política y otros sectores dieran el paso al frente.

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Este desenlace se veía venir. Hace poco más de un año, el entonces candidato presidencial, Donald Trump, se excusaba a medias por expresiones suyas en las que alardeaba cómo su celebridad le permitía “agarrar” las partes íntimas de cualquier mujer. Este evento solo coronaba una campaña en la que continuamente se expresaba de forma peyorativa sobre diversas féminas, desde la periodista de Fox, Megyn Kelly, y la ex Miss Universo, Alicia Machado, hasta su propia contendiente, Hillary Clinton. Como consecuencia, el día después de juramentar al cargo, Trump vio la capital estadounidense llenarse con el Women’s March.

Y por supuesto, todo esto tiene raíces mucho más profundas y antiguas.
La cultura estadounidense, como la de la mayor parte de los países del mundo, ha tolerado el discrimen y la subordinación de la mujer. El giro que ha sucedido en los últimos meses, y que la famosa revista reconoce como el desarrollo más transformador e influyente del año, hacía tiempo era necesario.

¿Y aquí en Puerto Rico? Bien, gracias. Las denuncias que han surgido este año son más de lo mismo. Las vemos cada cuatrienio. Continúan relegadas a la portada de Primera Hora y a los programas de las seis de la tarde. La mayoría de los medios no ven este tema como uno que amerite dedicarle recursos. El lenguaje que usamos a menudo reduce el asunto a un tema “de pareja”, “de faldas”, o “doméstico”. Lo que ha marcado la diferencia en Estados Unidos ha sido que la prensa seria —no el New York Post, sino el The New York Times — decidiera que el discrimen contra la mujer tenía que combatirse con el mismo ahínco que contra el racismo y la homofobia.

Igualmente, no han permitido que el tema se convierta en uno exclusivamente político. Hay victimarios demócratas y republicanos, como los hay populares y novoprogresistas. Y los hay también fuera del sector público. El abuso y los obstáculos que enfrenta la mujer no se limitan al Gobierno.
La prensa investigativa puertorriqueña, seria e imparcial, tiene que insertarse en este tema. Dejarlo en manos únicamente de los políticos y sus comités de ética es permitir que se convierta en material para la próxima campaña eleccionaria y abre la puerta a la denuncia espuria y a la destrucción de carreras basadas en el chisme. Hace falta que los medios inviertan su credibilidad en corroborar las denuncias, rechazando las que sean malintencionadas, y confirmando y publicando las que a todas luces merecen nuestra atención.

La seriedad de este asunto no puede menospreciarse. Más de la mitad de nuestra población son mujeres. Así pues, no es un tema que se reduzca a un sexo; se trata del derecho universal y humano a sentirse libre y a tener las mismas oportunidades sin que se le exija a uno denigrarse ni subordinarse ante nadie.

Nos toca a nosotros y a nosotras. Le toca al país. Ya es hora, #PuertoRicoTambién.

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