Los puertorriqueños somos cosa seria. Vivimos contando y publicando en las redes los días que no tenemos luz, pero no nos perdemos un concurso ni de Barbies en televisión, y esto, también a juzgar por lo que publicamos en las redes.
A ver. El otro día hice un análisis de varias personas, sin intención alguna de criticarles. Solo saltaron a la vista las inconsistencias.
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Persona número uno: “Día 62 sin luz. #tercermundo #PRnoselevanta”. Esa misma persona, el día 63 olvidó publicar su angustia, pero no dejó de narrar paso a paso el Mira quién baila ni lo bella que se veía Dayanara Torres, ni cuánto merecía ganar el otro chico. Y yo me pregunto: ¿tenía o no tenía luz, o vio el programa en casa de su abuela? Eso sí, el día 64 regresó. “Día 64 sin luz”. Y puso unas bombillitas entremezcladas con calaveras. Ya el otro día le llegó. Me parece que estuvo como 72 días en total, así que ya el post ha variado de su infelicidad en la penumbra a otras cosas de la cotidianidad. Un lujo.
Persona número dos: “Ya son 69 días sin luz”. El número, aunque interesante, no me lo inventé. Ahora, algo le pasó ese día que, al parecer, fue su día de su suerte porque el día 70 pudo ver Miss Universo de principio a fin. De hecho, me mantuve al tanto por él, porque, aunque yo ya tenía luz —con humildad y cierto síndrome de culpa lo digo— no suelo ver tanta televisión y ni me acordaba del concurso. Ese día, además de descubrir que le había llegado la luz, también descubrí que, siendo “mulato”, era racista, porque no vi a nadie que se tripeara más en las redes la posibilidad de que Jamaica ganara y no hubiera manera de ponerle la corona. (Dicen que el peor enemigo de una mujer es otra mujer. Y yo agrego que el peor enemigo de un negro, muchas veces, es un brother).
Y este fin de semana llegó a mi vida, gracias a las redes, la persona número tres: “Día 85: ¡Llegó la luz!” Diantre, cuando vi eso, le di gracias a Dios porque está del mero tener el ajetreo terrible por casi tres meses sin luz, teniendo hijos, responsabilidades y una vida que, más o menos, llevar.
Acto seguido me di cuenta de que la persona número tres había visto, Y VOTADO, en Mira quién baila; había comentado todo el Miss Universo e, incluso, publicado memes al respecto —también siendo “trigueña” como se autodenomina—, gufeándose a la negra hermosa y pelúa de Jamaica; y, además, había visto la pelea de Cotto. Hasta aquí llegué, amiga. Eso significa que no solo tenías luz e Internet. ¡También tenías cable! Ve a quejarte a maternidad. ¡En serio!
Ojo. No es que esté abogando porque mientras la gente no tenga luz, sea infeliz absolutamente y se convierta en flagelante filipino y candidato a persona del año de la revista Time (nadie lo coja personal). Pero es que, de alguna manera, se las buscan para resolverse la vida cuando quieren e insisten en golpearse el resto de las veces.
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Esto yo no me lo tomo a broma. Mis padres, en el barrio Cañaboncito de Caguas, no tienen luz desde las primeras lluvias de Irma y hasta sentimiento me da decirlo. Para mí es demasiada la carga física, emocional y económica de dos seres que deberían estar viviendo en otra onda a estas alturas. Es la realidad de miles de personas en esta isla, que han visto su recuperación atrasada por mil razones. Que ya no les importa si llovió, si no llegó el poste o si Trump tuitea o no sobre Puerto Rico. Trump tiene luz. Y ahora, encima, tiene el doble de caracteres en Twitter para hacer lo que le dé la gana.
El punto es que hay gente a quienes no les da la vida para quejarse, y que les llega la tragedia con el último rayo de luz y la última rayita de Internet.