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La planta y el bolsillo

Lea la opinión de Dennise Pérez

La “planta” y el “bolsillo” son probablemente las palabras que más hemos escuchado después de los huracanes Irma y María que se niegan de manera obsesiva a permitirnos recuperar la normalidad.

Quién diría que a estas alturas aún habría gente con esta lucha diaria de compra gasolina, cambia candungo. Tengo unos vecinos que dicen que ya no se despiden en la mañana como antes. Antes la esposa siempre le decía: “Que tengas un buen día”. Ahora lo cambió: “Echa gasolina, no te olvides del candungo”, porque la planta requiere gasolina no sé cada cuántas horas y no tienen luz desde Irma.

María nos ha cambiado la vida a todos. Pero la vida de la gente que vive esclava de las plantas —generadores eléctricos— debe ser una angustia terrible: que si el aceite, que si la gasolina, que si el transfer switch, que si la extensión. Prende, apaga, prende, apaga. Y la conciencia —si es que se tiene— de no querer molestar al vecino con el ruido, pero la necesidad de sobrevivir al calor, conservar los alimentos y espantar las vacas/aviones/mosquitos que se han apoderado de donde no hay luz.

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Siempre está el vecino considerado, que se autoimpone un horario razonable para no molestar. Siempre está el que no le importa nada y se pasa el sueño del vecino por donde no le da el sol. Claro, también hay vecinos que oyen menos si se les pasa una extensión. Eso también pasa.

No sé cómo es que muchos ya se han acostumbrado al ruido. A mí me parece una molestia del cará, pero, claro, es verdad eso de que a todo uno se acostumbra, y eso aplica a las plantas. Es más, tengo amigas que cuentan que cuando llega la luz, pasan días en periodos traumáticos —como si hubieran ido a la guerra— porque “extrañan” el sonido de la planta, cosa que jamás pensaron que dirían.

Yo no estoy en ese club porque como tengo una suerte muy curiosa, el día que compré la planta me llegó la luz. Sí, soy muy, muy afortunada por ese hecho, y le doy gracias a Dios todos los días de rodillas. Solo me gufeo el hecho de que mi suerte no deje de ser extraña. Hasta silenciosa compré la bendita planta para no jorobar a los vecinos, pero ni tiempo me dio de ser considerada. Extraño caso el mío.

Entonces, vamos a los famosos bolsillos. Yo sé que “los bolsillos” existen. Técnicamente, son esos espacios que no se “energizan” con la restauración de una línea principal (estas son mis palabras no expertas). La gente que vive en los bolsillos son gente golpeada dos veces, porque no solo no tienen luz, sino que tienen que observar con alta frustración cómo celebran los vecinos mientras ellos cuentan del uno al mil, pensando que son los próximos, solo para terminar alumbrándose con linterna. Eso tiene que estar del cará’.

Pero dentro de todo, pienso que el sentido del humor de la gente está brutal. No digo que intacto, porque yo misma he tenido mis momentos de odio profundo a la humanidad en esta emergencia. Mi esposo me envió ayer una foto de una familia en Mayagüez con su arbolito de Navidad decorado con botellas de agua. Me dio risa. No porque sea gracioso el hecho de que no tengan luz, sino porque dentro de la tragedia de esa familia, encontraron el humor y la creatividad para enfrentar el inicio de una época navideña a oscuras.

En mi barrio de Caguas dirían que esto ha estado “cañón”. Fue lo que nos tocó. No lo elegimos. Mother Nature vino a aplastarnos.

La planta te fastidió el bolsillo, pero si encima eres un bolsillo… joder…

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