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El carnaval del consumo

Lea la opinión de Hiram Guadalupe

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El consumo se presenta como un acto amnésico. Así lo señaló el sociólogo español Luis Enrique Alonso, cuya expresión también sugiere que para muchas personas su ser se define en tanto lo que son capaces de poseer.

Esa es, justamente, la ecuación sobre la que sociedades como las nuestras han articulado su orden de distinción social.

De esa manera, consumir, como diría Néstor García Canclini, solo logra un nivel de gratificación psicológica que, para muchas personas, se vuelca en una línea de fuga para desentenderse de la realidad en que se vive.

Esa es la escena que presenciamos anualmente con el arribo del denominado Viernes Negro, y que este año adquirió un matiz particular dadas las condiciones en que se encuentra el país.

Las imágenes que vivimos el pasado viernes en los centros comerciales y las grandes cadenas fueron de locura, como si toda la población hubiera concertado reunirse en esos mercados.

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Y una vez allí, decenas de miles de personas comprando televisores y juegos electrónicos como si el mundo fuera a acabarse en unas horas. Un verdadero carnaval de consumo.

Lo más curioso es que nadie sabe a ciencia cierta si habrá suficiente suministro de energía para disfrutar de esos artículos. Aunque al final poco parece importar.

La consigna, en cambio, parece clamar porque, en tiempos de crisis, hay que consumir descarriadamente. Un acto que no es más que un ejercicio instado por un juego de deseos que, a su vez, es provocado en el interior de una sociedad cuyo paradigma gira en torno a la lógica de la posesión. Entonces, tener es la definición del (ser) ciudadano. Comprar, en tanto, es el acto lúdico que ensalza la condición existencial de los sujetos que se enfrentan a una batalla atroz por significar su autonomía y distinción en relación con lo que puedan comprar.

Lo paradójico es cuando la promoción del consumo se da en medio de una sociedad sumergida en una profunda crisis económica y que aún no se recupera de la devastación provocada por el huracán más fuerte de nuestra historia.

Una sociedad que vive carente de servicios esenciales, rodeada de escombros, sin luz eléctrica, arropada de toldos azules y carente de empleos.

Por eso, uno escucha a los locutores radiales instando al consumo desmedido y no hay manera de permanecer quieto.
Es como si la intención que se ocultara tras cada mención o anuncio comercial fuera impulsar la gestación de una sociedad hedonista que solo busque un estado de complacencia temporal para hundirse en una amnesia que, si nos descuidamos, será capaz de desangrar más nuestra salud mental colectiva.

En los tiempos en que vivimos debe haber muchas formas de invertir los escasos recursos económicos que se poseen. Y no se trata de minimizar el impacto de estos magnos eventos de consumo en nuestra economía, pero hay que actuar con algo de prudencia, porque el mundo no termina con el Cyber Monday.

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