Hay eventos que colocan al relieve nuestra vulnerabilidad humana. Nos obligan a reconectar con nuestra esencia y todo aquello que nos da cohesión como sociedad. Eso fue lo que vivimos como país esta semana ante el paso por el caribe del temible huracán Irma.
Fue un derroche de solidaridad, fraternidad y resilencia.
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Desde los vecinos que se organizaban para limpiar las alcantarillas y recoger escombros hasta los que ayudaban al vecino a colocar sus paneles de madera o tormenteras.
Hubo quien cocinó un caldero de arroz con pollo para todo el vecindario. Otros sacaron todas sus carnes y lanzaron una parrillada comunitaria mientras jugaban dominó. Otros, que tenían planta eléctrica, ofrecieron al vecino una extensión para que encendiera la nevera o hacían disponible un microhondas para que todos pudiesen calentar su comida.
Todas esas acciones son muestras de la grandeza de nuestra gente. Evidencia fehaciente del tejido social que, a pesar de las crisis que a diario enfrentamos, no se ha corrompido ni desvanecido.
El evento nos hizo olvidar en un momento crucial nuestras diferencias políticas, ideológicas, económicas, sociales o personales. Esta semana no había populares ni penepés ni pipiolos ni indignados. Esta semana nos dedicamos a ser solamente puertorriqueños(as).
Fue una muestra irrefutable de que, más allá de las penurias que vivimos día tras día, existe un país por el cual luchar y al que vale la pena levantar.
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Ese mismo espíritu es el que guía hoy la acción de cientos de boricuas que desprendida y generosamente han brindado de las pocas latas de salchichas, atún y jamonilla que quedaban en la alacena para los puertorriqueños de Vieques y Culebra que lo perdieron todo a causa de Irma.
Es la misma fibra humana que ha hecho a decenas de puertorriqueños poner a disposición sus pequeñas embarcaciones para llevar suministros a nuestros hermanos de Barbuda, San Martín, las Islas Vírgenes estadounidenses, las Británicas y San Bartolomé entre otras que fueron destrozadas.
Irma nos ha dado una gran oportunidad de recordar que más allá de nuestras peleas mongas, nuestros vaivenes políticos y nuestra devastación económica, somos ante todo puertorriqueños, caribeños y antillanos.
Este ciclón nos ha brindado la ocasión para propiciar el gran reencuentro antillano. Uno que perdure y se extienda a todos los renglones económicos, político y social.
No podemos descansar hasta que hayamos levantado al este de Puerto Rico que tantas veces ha sido olvidado y maltratado. No debemos conformarnos hasta que hayamos levantado a nuestras islas vecinas con las que no solo compartimos un espacio geográfico sino una historia, una sangre que nos une y hermana.
Solo cuando TODO Puerto Rico y nuestra región este de pie podremos decir que hemos sido bendecidos. Porque no hay mayor bendición que mostrar solidaridad, fraternidad y amor para con quienes se encuentran en momentos de mayor necesidad.
Ojalá esta atmósfera perdure por siempre. Ojalá esta tragedia nos una más a nuestra esencia y nos ayude a zanjar las diferencias. ¡Ojalá cada día nos tratáramos como si viniera Irma!
Gracias a Irma recordamos que ella solo podía arrancar árboles y derribar postes. Nos toca a nosotros arrancar de nuestra tierra la injusticia y derribar las barreras de la indiferencia colectiva.
Ahora bien, agradezca a quien usted quiera. Pero no porque fuimos “salvados” porque ¿qué salvación siniestra es esa que se obtiene a costa de la vida y el bienestar de los hermanos?
Más bien cabe agradecer que nos miramos al espejo y recordamos que, para los puertorriqueños, nadie a nuestro alrededor debe quedar atrás. La consigna tiene que ser que si uno es destrozado, juntos nos levantamos.