La noticia de un nuevo atentado terrorista parecería una cuestión rutinaria, pero no lo es. Quisiera no acostumbrarme a esas noticias que quitan la paz y más cuando se ha tenido la oportunidad de caminar por el mismo lugar donde ocurrió. Cualquiera puede ser víctima en estos momentos y ello aterra. Constantemente leemos y escuchamos que no podemos tener miedo y que debemos seguir nuestra vida normal. Pienso firmemente que si fuera por el miedo, no saldríamos ni a la acera con las situaciones que están ocurriendo en nuestro país.
Barcelona es una ciudad inmersa en la belleza arquitectónica, la megestuosidad del maestro Gaudí, y en la proclamación de la cultura y la educación como valores de la sociedad. Supongo que muchas ciudades le envidian el ingreso económico que le deja el turismo. Aparte de ello, su oferta culinaria le derrite el paladar a cualquiera. El ataque terrorista ocurrido en uno de los sectores más concurridos, Las Ramblas, desdibuja el sabor de boca de la ciudad. Ya hemos observado cómo los yihadistas están utilizando camionetas a toda prisa entre la multitud para sembrar pánico y muerte. Como es una situación aberrante y repetitiva, el sentido común es nuestro mejor aliado. Es difícil viajar o disfrutar con miedo, pero en estos momentos hay que viajar con malicia.
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Los verdaderos periodistas siempre mantienen la malicia como elemento fundamental para realizar sus trabajos. Adelantarse al entrevistado, conocer con anticipación la consecuencia de los hechos y prevenir contestaciones que no responden las preguntas formuladas. Y ¿qué tiene que ver esa función esencial del periodismo con Las Ramblas? Pues sencillo: que cada uno de nosotros podemos acoger ese elemento del periodismo para ponerlo en práctica en la lucha contra el fanatismo. La posibilidad de que un atentado similar ocurra en Puerto Rico es probablemente menor, pero no estamos exentos. La costumbre maldita de atacar a los semejantes, por parte de yihadistas, obliga a preguntarnos: ¿nos hemos acostumbrado a esa convivencia o existen soluciones para detener a los gestores de los asesinatos? Perturba escuchar a los consejeros de los Gobiernos y a los propios dirigentes unir esfuerzos para adentrarse en la mente de los atacantes, dejando a un lado la razón por la cual atacan, la historia y la vinculación errónea de conceptos religiosos. Incluso utilizan la desgracia para ganar adeptos en medio del llanto de los que han perdido a un ser querido en la tragedia. Uno de los consejeros del presidente de Estados Unidos dijo algo muy cierto (lo primero cuerdo que escucho): que España nos puede dar cátedra sobre cómo actuar en esas situaciones de emergencia porque siempre han lidiado con ataques terroristas y saben muy bien cómo ir detrás de los responsables. Bueno, ya vimos cómo en un pestañear los identificaron y los detuvieron. Durante el operativo murieron varios de los autores, acción justificada por las autoridades para poder establecer un final. Ni siquiera esas muertes pueden considerarse un procedimiento eficaz para encontrar la paz. Los medios de comunicación que transmitieron la noticia en desarrollo se apropiaron del espectáculo de la imagen, y desde las entrañas de la insensibilidad transmitieron en las redes sociales la aniquilación de los autores sin conceder un trato humano a los familiares de estos, que observaban estupefactos la muerte de los suyos. ¿Hasta dónde podemos llegar? Es difícil establecer límites cuando la transmisión de las imágenes en las redes no tiene normas, sensibilidad ni fin. El ataque en el paseo de Las Ramblas abre nuevamente el debate de la propaganda que llevan a cabo las redes sociales y del espectáculo de la noticia que le fascina a la televisión para engordar sus números de audiencia.
Repensemos y exijamos a los Gobiernos sobre sus protocolos para tratar de evitar ataques terroristas. La frustración no puede ser mayor. Tanto los autores como las víctimas son engendros del sistema que promueve una sociedad discriminatoria e injusta. ¿Qué están haciendo los Gobiernos? ¿Son negligentes? ¿Quiénes son los verdaderos autores y promotores del yihadismo? Los familiares de las víctimas no encuentran contestaciones a esas preguntas. ¿Usted las tiene?