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Un taller de madre

Lea la opinión de Lily García

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La semana pasada ofrecí un taller en Aguadilla que titulé “Hablando nos entendemos”   En este trabajé con definir estilos de comunicación y cómo algunos de ellos pueden ser tóxicos para nuestras relaciones interpersonales.

Pensé que iba a ser una experiencia liviana y que, aunque los presentes inevitablemente traerían situaciones personales, estas no serían tan fuertes como en otros talleres con temas más profundos, como el perdón. La experiencia, sin embargo, terminó siendo megaintensa.  Y, para mi sorpresa, fueron los problemas de comunicación entre madres e hijas los que más lagrimas de dolor arrancaron.

“Yo ya hasta he llegado a pensar que no le caigo bien a mami”, dijo una mujer que confesó que tuvo que decirle a su madre: “Me llamas cuando me necesites”, porque cada visita se convertía en una batalla campal.  “Yo habría querido que mami estuviera aquí”, expresó una joven de veintiún años ahogada en llanto. “Pero ayer tuvimos una discusión y me dijo que ella no venía porque yo le había faltado el respeto”.  A pesar de su dolor, a la pobre muchacha no le quedó más remedio que reírse cuando algunas de las presentes le aseguramos que nuestras relaciones con nuestras madres comenzaron a mejorar después de haber pasado los cuarenta.

Las relaciones entre madres e hijas siempre han sido complicadas y, en general, mucho más difíciles que las de las madres con los hijos varones.  ¿Por qué será?  Tal vez las expectativas que las madres tienen de sus hijas son distintas; tal vez entran en juego los sentidos de culpa por errores cometidos de ambas partes o los deseos de control.   

Cada madre e hija tienen su propia historia, pero, aun en las más difíciles, siempre parece haber amor.  Sin embargo,  al no escucharse ni validarse de parte y parte, están permitiendo que las heridas se traguen aquello que las une y escupa lo que las separa. Para poder entendernos, tenemos que hablar desde el corazón, pero desde la empatía y sin ataques. Ninguna madre va a cambiar a su hija ni viceversa.  Trabajemos, entonces, para encontrarnos en el medio.   

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