Para muchos, el uso de la palabra teta está proscrito, casi tanto como lo estuvo por muchos años la lactancia misma. Y no es casualidad.
Por décadas el acto de amamantar quedó rezagado a un “recuerdo de otros tiempos”. O, lo que es peor, a la noción de que hacerlo “no es para mí, sino para otros”. Para sociedades ancladas en el pasado, poco evolucionadas o arcaicas, decían desde el discurso anclado en una concepción de clase rancia. ¿Para qué lactar cuando existe la “fórmula”? Esa suerte de sustancia milagrosa que, según la comunidad científica era mejor para los niños que lo que producían las tetas de la hembra de su propia especie. Tal vez por eso más de una generación de familias sustituyó la lactancia por el biberón.
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Afortunadamente, todo eso ha comenzado a cambiar respaldado no solo por la lógica, sino por legislación y abundante evidencia científica que concluye lo que siempre debió haber sido la política pública: no hay nada mejor para el bebé y la madre que la leche materna. Pero, mientras todo lo anterior cambia, la estampa de la mujer lactante que decide hacerlo en público, en ausencia de pudor, sigue siendo para muchos escandalosa. Para los más puritanos, provocadora e inmoral. Obscena. Quien decida lactar que se tape, sentencian muchos. Para mi sorpresa, principalmente mujeres que asocian los pechos al pecado. Teta es sexo, lujuria. Y claro que los pechos tienen una indudable carga erótica. Se enajena de la realidad quien no lo reconozca. Sin embargo, el pecho materno como instrumento de vida tiene que ser insertado en nuestro imaginario de manera natural y en el contexto correcto.
¿Por qué la estampa de un bebé siendo alimentado por su madre debe provocar asombro o pudor? A pesar de que esa estampa comienza a normalizarse para muchos, para otros tantos sigue siendo tabú. Pero para quien lo es resulta preciso un autoexamen.
Si es usted de los que ve erotismo o inmoralidad en el acto de alimentar a un niño con el pecho materno, el problema es suyo. Si se excita con la idea de un bebé pegado a la teta de su madre, no es ella la obscena. Es usted. Si es una de tantas que se escandaliza ante la imagen del pecho desnudo de otra mujer en el contexto de la lactancia o concluye que lo que ve falta a la moral, deténgase a pensar qué le lleva a esa conclusión.
La lactancia materna es un proceso no solo hermoso, sino perfectamente natural que no merece otra cosa sino respeto. Si usted se ha decidido a hacerlo, la celebro. Si ha optado por hacerlo cubriendo su pecho desnudo, también. Ese respeto, sin embargo, no debe perder un ápice cuando se trata de aquellas madres para quienes no representa un problema amamantar en público dejando al descubierto la vulnerabilidad de ese momento de conexión y vida. A ver si nos vamos despojando de esos puritanismos que nos hacen colocar nuestra indignación y espanto sobre objetivos incorrectos.