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¿Hecatombe popular?

Lea la opinión de Armando Valdés

En los sistemas democráticos, resulta idóneo que los partidos que participan de los procesos electorales tengan, a su vez, elecciones internas para decidir quiénes representarán a la colectividad en la papeleta. El Partido Nuevo Progresista tiene una larga tradición primarista, poniendo incluso la candidatura a la gobernación ante el albedrío de su base. De esos procesos el partido ha salido fortalecido y energizado. En el 2008, luego de una cruenta primaria en la que los dos candidatos opositores principales a la gobernación, Luis Fortuño y Pedro Rosselló, se intercambiaron insultos – el primero llamó al segundo “un cáncer” – el PNP ganó las elecciones por un histórico margen de más de 200,000 votos.

El Partido Popular Democrático, en cambio, irónicamente no ha sido el portaestandarte de la participación interna de su base en las decisiones sobre las candidaturas más importantes. Previo al 2016, la última vez que uno de los dos puestos en la papeleta estatal – la comisaría residente – fue decidido en primaria fue para la elección del 2000. La candidatura a la gobernación nunca se ha decidido en una primaria de ley, aunque sí han habido procesos para seleccionar al presidente del partido en años no eleccionarios.

El resultado ha sido una base que se siente aislada de su liderato. Elección tras elección, el popular de a pie se presenta a votar por las personas que el partido les presenta en la papeleta sin sentirse emocional ni políticamente vinculados con el candidato.

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En ese contexto y dadas las realidades políticas actuales, una primaria para la gobernación es precisamente lo que necesita el PPD para disipar dudas sobre su futuro como colectividad. La primaria serviría además para establecer una clara dirección ideológica que no se preste para interpretaciones sobre el “secuestro” del partido por un sector u otro; la decisión democrática de la base debe ser respetada.

A fin de cuentas, en los partidos que tienen procesos de democracia interna, cuando los líderes participan de una primaria, se sujetan a la decisión de la base de esa colectividad. Recientemente, Aníbal Acevedo Vilá y Héctor Ferrer se midieron ante la base del PPD. Aunque resultó favorecido Héctor, Aníbal se mantiene como miembro y líder del partido. Si Héctor hubiese sido derrotado, no me cabe la menor duda de que sería hoy un importante y leal popular.

Se participa en una primaria no con la intención de llevarse el bate y la bola si se pierde el juego electoral al interior del partido. Eso sería plantear que la base del partido se equivoca si no lo favorece a uno. Los líderes se deben a la base de sus partidos y deben siempre respetar sus dictámenes.

Las primarias sirven también para amolar a los candidatos. Una contienda por la gobernación es de los concursos más rigurosos en nuestro país. Nadie puede imaginarse, ni siquiera un alcalde o legislador, la intensidad del escrutinio público de la vida privada de un individuo que aspira a ser nuestro primer mandatario. Una primaria adversativa y competida, fortalece a todos los candidatos, particularmente al que resulte vencedor. Los expone a las maquinarias de oposición que rebuscarán su historia personal y profesional para encontrar el más mínimo desliz. En fin, los prepara, como un atleta olímpico, para una competencia de muy alto nivel. El candidato que prevalece está mucho más listo para enfrentar al contrincante del partido contrario.

Para que este proceso sea justo y participativo, todos los candidatos tienen que poder llegar a la base y dialogar, de frente, con sus integrantes. Ese proceso solo servirá para vigorizar esa base y escuchar sus muy legítimos reclamos. El partido no puede limitarse a San Juan. Tiene que rebasar los linderos físicos y metafóricos de la capital para escuchar al resto del país.

Ese proceso no es la hecatombe. No es el final del PPD, como han alertado tantos titulares alarmistas. Siempre y cuando haya respeto, se baje el tono de la discusión a un nivel que sea sostenible para un proceso que podría extenderse por los próximos tres años, y haya un compromiso de todos los líderes de acatar la decisión de la base, sea cual sea, lejos de ser la muerte de la colectividad, podría ser su renacer.

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