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Puerto Rico: entre la debacle y la esperanza

Jerohim Ortiz Menchaca explica cómo será el Puerto Rico en el que viviremos desde hoy, y señala un ruta para salir de la debacle

Presupuesto Foto: Dennis A. Jones/Metro PR (DENNIS A. JONES)

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Ha llegado el momento de mirarnos en el espejo de nuestra conciencia, reconocernos como país por lo que somos y no seguir engañándonos unos a otros. La verdad es que fracasamos.

El proyecto político, económico y social que se impulsó hace 75 años se ha desplomado y el Puerto Rico que hemos sido -o creímos ser- ya no existirá más.

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Las razones del fracaso son diversas, complejas y sujetas a la interpretación. Al final del día, una sola cosa es cierta: todos(as) somos responsables de lo que hemos vivido o habremos de vivir en algún grado.

Por eso creo necesaria una reflexión sosegada sin caer en las estridencias de la polítiquería diaria.

Usted que me lee en el contexto de su cotidianidad sabatina debe saber que hoy es el primer día de un nuevo Puerto Rico que todos(as) desconocemos.

A un año de que el gobierno estadounidense le diera vida a la ley PROMESA la Junta de Control Fiscal impuso su primer presupuesto sobre nosotros.

Este contiene recortes severos al sistema de salud, educación, deja sin empleo desde hoy a miles de servidores públicos, reduce la jornada laboral a los restantes, hace prácticamente inoperantes a cientos de organizaciones sin fines de lucro, aumenta vertiginosamente los impuestos y suprime servicios sociales.

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Los pronósticos mas optimistas señalan una contracción económica del 4% en los próximos dos años. Los más realistas plantean que fluctuará entre un 8-12% a consecuencia de las imposiciones de la Junta estadounidense.

Por ahora, habrán circunstancias que no podremos evitar.

Es muy probable que la mitad de los seres que ama, con los cuales irá a la playa este fin de semana, no estarán a su lado en los próximos años pues tendrán que exiliarse ante la imposibilidad de subsistir en su país.

Su comunidad se va a deteriorar ante el hecho de que la mayoría de los municipios no podrán recoger la basura, no habrá remozamiento de nuestras escuelas y carreteras y el abandono de viviendas se extenderá cuando la gente no pueda pagar sus hipotecas.

Estos serán años de profundo dolor pero también de una gran dosis de esperanza. No en nuestra clase política actual. Tampoco en la Junta de Control Fiscal. Mucho menos en el Congreso de Estados Unidos.

Debe estar nuestra esperanza en la capacidad de transformarnos, regenerarnos y levantarnos de esta debacle.

Para lograrlo habrá lealtades que revaluar, actitudes que desechar, viejas riñas que sepultar y acciones decididas que tomar.

Contra las dictaduras el único camino es luchar, jamás colaborar.

Por eso protestar y piquetear es importante, pero insuficiente. Necesitamos además hilvanar un plan de recuperación creado desde la diversidad de sectores que componemos este mosaico borincano.

Sabemos que la ruta por la que nos han llevado desembocó en esta catástrofe. La pregunta es, si no es este, ¿cuál es el camino?

PROMESA no tardará mucho en ser un fracaso evidente ante la inestabilidad incesante que habrá de crear. Cuando nuestra crisis vuelva a estar sobre la mesa del Congreso, es crucial que estemos preparados. En ese momento habrá que señalarles la ruta a seguir para solucionar definitivamente el problema que les representamos.

Será entonces que tendremos otra verdadera oportunidad de replantearle a Estados Unidos la necesidad de transformar nuestra relación político-económica que es, a fin de cuentas, el mal de fondo.

En lo que el hacha va y viene es imperativo limpiar la casa de los traidores que nos trajeron hasta aquí para poder volver a comenzar.

No podemos permitir que la corrupción, el odio, la avaricia y el egoísmo de los pocos triunfe sobre el amor, la solidaridad, la cooperación y la esperanza de los muchos.

Existe otro camino. Otra forma de conducir nuestro destino colectivo. Muchos países han salido de la debacle sin tener que inmolarse. Y aún si nadie lo hubiera hecho, propondría que fuéramos los primeros.

Tengo 26 años. Me niego rotundamente a tener que explicarle a mis nietos dentro de 40 años que estamos en el exilio, sin posibilidades de regresar, porque cuando tocó levantarnos y refundar el país desde cero, huimos y no lo hicimos.

Es necesario que utilicemos la debacle para construir la esperanza de un nuevo país. Nos tocó ser la generación que se levantó, luchó, venció y forjó el Puerto Rico libre, próspero y feliz que siempre hemos soñado.

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