La corrupción en este país no es un germen. Es un cáncer agresivo que amenaza nuestra vida colectiva si no lo combatimos decididamente.
Impera en el carácter de muchos esa maldita costumbre que busca aprovecharse del otro para agenciarse injustamente un beneficio que no le corresponde.
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Se ve y se siente en todas partes. El niño que se copia en el examen y no es corregido, quien se cuela en la fila del supermercado o se come las uvas sin pagarlas.
El comerciante que evade sus impuestos, el empleado que toma dinero de la caja registradora.
El empleado público que se lleva los bolígrafos o saca copias de asuntos no relacionados al trabajo o los buscones que aportan a las campañas políticas para luego montar corporaciones y agenciarse contratos fraudulentos o inflados.
Estos últimos son los más deleznables de todos. Y de eso, lamentablemente, nuestros partidos saben demasiado.
Aunque la Fiscalía Federal también parece estar enfrentando problemas de hostigamiento y hace mucho no mira hacia ese lado, sabemos bien de la corrupción del Partido Nuevo Progresista.
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Desde Romero Barceló y los asesinatos del Cerro Maravilla, hasta el primer Rossellato y sus más de 40 ladrones, pasando por los traqueteos bajo la administración de Luis Fortuño con los fondos ARRA, CRECE 21, los acuerdos turbios con Doral Bank y los bonos que autorizó el BGF.
Héctor Martínez, el Chuchín, Rolando Crespo, José Luis Rivera Guerra y el secretario de educación que se robaba la luz. Lutgardo Acevedo, Aníbal Vega Borges, Norma Burgos, Héctor O’Neill, el exsuperintendente del Capitolio Eliezer Velázquez y el director de la Autoridad de Transporte Marítimo con la jauja que montó en tan solo 6 meses. Todos ellos y ellas traicionaron al país.
No obstante y sin lugar a dudas, el premio a la corrupción se lo lleva en este momento el Partido Popular Democrático.
No hay espacio para argüir que los casos que han trascendido son eventos aislados y que unos individuos no representan a la institución. La lista de corruptos del partido es también frondosa. Hace al menos 10 años que las campañas o gestión gubernamental popular ha estado plagada de ellos.
Anaudi y su pandilla, Ramón Orta y sus secuaces, Jaime Perelló y el exdirector de finanzas de la campaña de David Bernier así lo confirman.
El eje de la discusión no puede ser que la oposición también es corrupta sino que el partido que una vez creímos representaba los ideales de “vergüenza contra dinero” y tenía como principios rectores el “Pan, tierra y libertad” para las grandes mayorías no existe ya.
Demasiada gente que ha accedido a poder a través del PPD ha vendido su vergüenza por dinero. Ya son muchos los que se han robado nuestro pan. Hay una claque anquilosada en la Junta de Gobierno que se cree dueña de nuestra tierra y existe un directorio político que, a pesar de la escritura en la pared, quiere negar a toda costa que no tenemos libertad para labrar nuestro futuro colectivo.
Entonces, ¿cuándo es que vamos a admitir que el partido está podrido?
Para arreglarlo hay que tomar pasos afirmativos drásticos.
Hay que rescindir de la totalidad de la Junta de Gobierno que falló a su deber fiduciario de proteger el buen gobierno del partido.
Hay que reformular el reglamento para crear nuevas estructuras de gobernanza que sean ocupadas por caras nuevas y limitar los términos que se puede pertenecer a esos organismos.
Es necesario crear mecanismos externos de auditoría independiente de las finanzas periódicamente y dar paso a un proceso definido para formular nuevos principios a seguir en esta encrucijada histórica.
Una mera auditoría externa es simplemente un aguaje, una mímica insuficiente en todos los sentidos.
Ahora bien, es imperativo que nosotros, el pueblo, populares, penepés y no afiliados seamos vigilantes e incisivos entorno a estos cambios drásticos tan necesarios.
La verdad del caso es que tras décadas de gobierno el ELA no ha crecido de ninguna manera ni la estadidad ha llegado. Si han crecido los bolsillos de unos pocos y se han allegado sus amigos a succionar la energía vital de nuestra gente.
Si no nos cercioramos de que se den estas transformaciones y seguimos votando por los corruptos y sus estructuras, seremos cómplices de nuestra destrucción y mereceríamos lo que tenemos.
Y si ese fuera el caso, entonces le pido a quien salga último: apague la luz, cierre la puerta y bote la llave.