Las asquerosas alegaciones de corrupción que se ventilaron públicamente esta semana me obligan a cuestionar mi adhesión y lealtad a una institución que aparentaría estar corrompida desde adentro. Siento gran coraje ante acusaciones que nuevamente ensombrecen la honrosa historia del Partido Popular Democrático.
No soy de los que dice que eso no tiene que ver con la colectividad. Los partidos son su gente, sus candidatos y quienes, como yo, colaboramos en sus luchas a lo largo de los años. Por supuesto, hay gente buena y hay gente mala. Pero, cuando en ya dos ocasiones recientes, personas sin escrúpulos, delincuentes y pillos logran colocarse a tal cercanía de nuestros candidatos, el criterio moral no puede ser flexible ni parcial.
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Sí, en todos los partidos ha habido corrupción, pero estos dos casos recientes han sido en el mío. Como tantos otros populares, siento un profundo dolor y vergüenza no ajena, sino propia.
¿Qué nos une a los populares? ¿Qué representamos para el país? ¿Cómo evitamos caer nuevamente en el futuro? Estas reflexiones tenemos que hacerlas todos y decidir cada uno, no por tradición, si todavía hay un Partido Popular en el que queremos militar.
Mi contestación es que sí. Hay un Partido Popular porque hay una base que reclama la existencia de un partido puertorriqueño y puertorriqueñista. Un partido que no quiere ver disuelta la nacionalidad de nuestro pueblo dentro de la estadounidense. Un partido pragmático, que no se deja cegar por obsesiones ideológicas, y que aspira a mejorar las condiciones de cada persona que vive en nuestro país. Un partido que cree en que cada individuo tiene derecho a un sustento básico, a educación de calidad, a servicios de salud, y a que se le respeten sus libertades.
Para que volvamos a ser eso —y admitamos que el partido ha perdido su norte — tenemos que escuchar, evaluar, abrirnos y unirnos. Escuchar a la base y al pueblo más allá de los comités municipales de la colectividad. Evaluar qué cambios tenemos que hacer internamente y qué cambios tenemos que proponer para la consecución de nuestras metas colectivas para el país. Abrirnos a más diversidad de género y generacional, a más diversidad racial, social y económica. Unirnos en torno a unos principios básicos sobre los cuales todos estemos de acuerdo.
Al Partido Popular hay que rehacerlo de arriba a abajo. Tenemos que ganarnos nuevamente la confianza de nuestros propios electores y de gente nueva que comulgue con nuestro ideario. Debemos rescatar su historia y sus motivaciones, pero tenemos que romper con el reciclaje de candidatos y apellidos. Hace falta gente nueva, y que quienes aspiran a un mejor país no decidan rendirse ante el cinismo y el derrotismo que engendra la corrupción. Hace falta romper con las piñas y las claques incestuosas de amigos que se apoderan del alma del partido únicamente para lucrarse. Es por ello que propongo:
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1. Una convocatoria amplia desde hoy para buscar el mejor talento para la papeleta del Partido Popular. No podemos arriesgarnos a que en el 2020 sean nuevamente los candidatos derrotados del 2016 los que figuren como nuestro cuadro legislativo. Ser el PNP rojo, con los Eric Correa, Rivera Guerra y Evelyn Vázquez de nuestro lado desplegados ante el elector es la receta no solo para la derrota, sino también para perpetuar el amiguismo, germen del pillaje público.
2. Más apertura a esas nuevas figuras. Si no facilitamos la entrada al servicio público, lo continuarán dominando los políticos de carrera. Es más fácil para un legislador electo hacer campaña. Para un retador que venga de las clases trabajadoras o profesionales, resulta casi imposible darse a conocer. Para romper con los grupitos dominantes, tenemos que darle la bienvenida a sangre nueva. En esto, los medios tienen que poner de su parte, prestándole igual atención a personas nuevas con cabeza e ideas innovadoras que al legislador payaso de la semana.
3. El financiamiento público de las campañas. La experiencia en el 2016 es un buen indicador del panorama cambiante de las campañas políticas en nuestro país. Entre los cuarto partidos inscritos, el total de gasto en las campañas a la gobernación de 2016, del fondo de pareo y del fondo electoral, sumó a solo $12.7 millones. En años anteriores, en las campañas del PPD y del PNP se gastaban $10 millones individualmente. Alexandra Lúgaro, por otro lado, solo reportó $84,770 en gastos y obtuvo 175,831 votos, a un costo de 48 centavos por sufragio. En otras palabras, podemos buscar un esquema para costear con fondos públicos campañas módicas y con limitaciones de tiempo. Lejos de ser un gasto, será una inversión que nos ahorrará las millonarias sumas perdidas en sobornos y guisos innecesarios para los inversionistas políticos. ¿De dónde sacamos el dinero? Con la eliminación de la Comisión Estatal de Elecciones.