El plebiscito de estatus del pasado domingo ha sido objeto de múltiples conjeturas, lecturas e interpretaciones. Nada nuevo bajo el sol, dirá usted. Y con razón. Después de todo, la consulta se da en medio del contencioso escenario partidista local en el que nunca se pierde y todos ganan.
Pero, antes de pasar a las interpretaciones —siempre basadas en la opinión y, por ello, en la subjetividad—, usted y yo podemos estipular que esta contienda ha de ser analizada sobre hechos. ¿Cuáles? Que la estadidad obtuvo el mayor número de votos con el 97.18 % de los votos. Que ese por ciento es el equivalente a 502,616 votos, ¿correcto?
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A lo anterior añada otros, como, por ejemplo, que en la consulta del domingo votaron 518,199 personas. También que en las consultas de estatus de 2012 y 1998 participaron 1,878,969 y 1,566,270 votos, respectivamente. Con todos esos datos de frente es posible hacer múltiples análisis. En el caso del Partido Popular Democrático, el suyo les ha llevado a concluir que el voto del domingo es el equivalente a un “rechazo a la estadidad” y una validación del boicot que fue convocado por ese partido y organizaciones como el PIP, el PPT, el MUS, el MIHN y el llamado Junte Soberanista. Para el PNP, lo ocurrido es el equivalente a una “victoria indiscutible de la estadidad” e incluso un mandato para validar los resultados del plebiscito de 2012. Las explicaciones de unos y otros de seguro seguirán para satisfacer el corazón del rollo de sus respectivos movimientos políticos. Pero lo cierto es que lo ocurrido el domingo es más complicado.
Mientras ambos partidos celebran, sus “éxitos” ocultan el fracaso de la clase política en lograr contagiar a los ciudadanos con sus discursos. Y esa incapacidad se ha tornado en apatía, desconfianza y desinterés en los procesos promovidos por esa misma clase. Si usted le pregunta a un miembros del corazón del rollo de algún movimiento político, dirá que me equivoco. La historia será distinta si conversa con un ciudadano —tal vez usted— que haya logrado sacudirse de la coraza partidista; esa que nubla el entendimiento e insufla de esperanzas llenas de hipérbole. Y los líderes de los partidos políticos lo saben, a pesar de sus discursos triunfalistas.
La celebración del PPD procura echar tierra sobre hechos internos dolorosos. El primero de ellos, que esa colectividad ha sido incapaz de ponerse de acuerdo para producir una definición de estatus que supere las características territoriales y coloniales del ELA actual. Mientras se celebran, se gana tiempo para intentar dar forma a esa definición, al tiempo que el partido debate en público diferencias internas ancladas en profundas diferencias ideológicas.
El festejo del PNP también esconde asuntos pendientes. El primero de ellos, la apatía de Washington al tema de la consulta, y el eterno desdén sobre el tema del estatus que, en esta ocasión, evitó que Justicia federal se comprometiera con los resultados, pese a que el gobernador cedió a sus pedidos en torno al lenguaje de la consulta. El segundo es el tema de la baja participación que ya comienza a poner piedras en el camino en la opinión pública internacional. Medios españoles, estadounidenses y latinoamericanos reseñaron la victoria de la estadidad, no sin antes destacar la baja histórica en el participación. Y sobre ello ya se han elaborado excusas que podrían ser buenas para el electorado local. El problema es que, ante el Congreso, el discurso deberá ser —por fuerza— distinto a la hora de presentar los resultados y pedir su ratificación o rechazo. Allí hay muy poco espacio para que percolen los discursos de barricada a los que nos tienen acostumbrados los políticos en medio del discurso local. Allí habrá que hilar fino y, por ello, me temo que descubriremos que hemos chocado una vez más con la misma piedra. El asunto es que parece que seguiremos destinados al fracaso en la discusión en Washington sobre el tema del estatus y así seguiremos hasta tanto nuestros líderes realicen un análisis con mirada crítica, cambien de estrategia y concedan que repetir los mismos trucos volverá a producir los mismos resultados.