Hay que mirar más allá de nuestras fronteras para ver cómo las políticas de ajuste fiscal con las que el Gobierno local y federal pretenden aliviar la crisis fiscal y el estancamiento económico siguen anotándose fracasos alrededor del mundo.
Basta revisitar las teorías esbozadas por Paul Krugman, premio Nobel de Economía, quien lleva años advirtiendo los riesgos que acarrean las medidas de austeridad que alientan recortes en el gasto público, flexibilizan normas laborales, aumentan impuestos a la ciudadanía y privatizan bienes del Estado mientras se favorecen a las grandes empresas y a quienes tienen más recursos.
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Las investigaciones económicas de Krugman, principalmente las realizadas sobre Grecia y Gran Bretaña, señalan cómo las políticas austeras no hacen más que aumentar el empobrecimiento de la población sin lograr un despunte en el crecimiento económico prometido. Al final, quien pierde es la ciudadanía y el país.
Por eso, la respuesta que propone el destacado economista, que son cónsonas con lo que también nos ha dicho su colega Joseph Stiglitz, se centra en una expansión fiscal con programas de estímulo al aumento en el gasto público, tanto para crear empleos como para poner dinero en los bolsillos de los consumidores, al tiempo que se reducen los impuestos y se establece un plan de desarrollo económico que se acompaña con una verdadera reestructuración de la deuda pública.
Pero llega el momento en que las estrategias fiscales de austeridad chocan con la realidad cotidiana de la gente y, en consecuencia, emerge una resistencia social y política que busca otras salidas para solucionar la crisis.
Eso es lo que ha ocurrido la pasada semana en Gran Bretaña. Allí, donde iniciaron las políticas neoliberales bajo el dirección de Margaret Tatcher, en los años 80, la ciudadanía ha dicho basta y ha comenzado a trazar un nuevo rumbo, como ha quedado consignado en el resultado de las elecciones del pasado 8 de junio.
Jeremy Corbyn, el candidato del Partido Laborista, ha ganado las comicios electorales de ese país con una propuesta radical que centró atención en la defensa de la salud, la educación, el transporte, el agua y la energía eléctrica como bienes públicos que, aseguró, deben ser protegidos a toda costa.
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La hazaña de Corbyn sorprendió a muchos, principalmente a directivos y editores de medios informativos que no se cansaron en desacreditar el movimiento laboralista. Pero los ciudadanos británicos hicieron caso omiso a las campañas de desinformación y descrédito y apostaron a una nueva era que prometía nuevas soluciones para viejos problemas.
El programa económico de Corbyn fue todo un manifiesto en defensa del fin de la austeridad. Su discurso, para asombro de los conservadores, se abrió paso con fuerza entre diversos sectores de la población, teniendo un impacto sorprendente en los sectores más jóvenes.
Su plan fue catalogado como “radical y responsable”, sostenido en un proyecto de izquierda “sin complejos” que propuso soluciones a la crisis fiscal, económica y social británica con aumentos en los impuestos de los más ricos y las grandes empresas como medida para financiar un maltrecho sector público, poniendo énfasis en la salud, la educación, la construcción de vivienda pública, el aumento del salario mínimo, una reforma contributiva y —escuchen bien— la eliminación del costo de la matrícula en las universidades.
El plan de Corbyn dispone dar marcha atrás a las políticas de privatización que han definido el curso de acción de ese país por las pasadas décadas para iniciar una nueva política de nacionalización de los ferrocarriles, el servicio postal, el agua y la industria eléctrica, lo que defendió con fuerza a lo largo de su campaña mostrándoles a los electores cómo la privatización de servicios esenciales derivó en precios más altos para la ciudadanía y una baja calidad del servicio.
Corbyn ha puesto por delante los intereses de la mayoría y por eso venció en las elecciones. Sus ideas le han dado una nueva ilusión a los británicos. Una esperanza de que se puede echar adelante un país lejos de los dictámenes del mercado y sin recurrir a políticas de ajustes y austeridad.