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Miss Carolina: negra; ni exótica ni folclórica

Lea la columna de opinión de Julio Rivera Saniel.

El pasado jueves pasó lo que sucede cada año. Puerto Rico vive en primera fila el drama asociado al principal concurso de belleza del país. Como todos los años, se trata de un espectáculo cargado de buenas dosis de entretenimiento, tensión y algo de controversia. Al final, el momento climático, la selección de la representante de la belleza nacional.

Los gritos y aplausos; los halagos y las críticas a los miembros del jurado y sus criterios de selección. Sobre esto último ha habido múltiples análisis en los últimos días y no pretendo añadir uno más. En cambio, prefiero concentrarme en una candidata: Miss Carolina.

En nuestro país, los concursos de belleza son verdaderos eventos mediáticos. Se quiera o no, el público se interesa, se involucra, opina, participa. Y, aunque más de uno descarta estas competencias como inservibles o pérdidas de tiempo que no deben ser objeto de análisis, pienso que se equivocan en lo último. Cualquier evento que capte las miradas de la población, promueva modelos, cree roles o establezca discursos que sean consumidos por los ciudadanos debe ser observado con detenimiento. Después de todo, eventos con estas características —vacíos o no, frívolos o no— construyen nociones y fomentan modelos.

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La representante de Carolina, Tanya Romero, captó las miradas de muchos desde el principio del certamen. Una mujer bella, negra, de cuerpo atlético y cabello crespo. Los comentarios la ubicaban en el cuadro de favoritas. Y la noche final comenzaron a llover los comentarios, de seguro nada mal intencionados. En las redes sociales llovían los adjetivos. Tanya era para muchos una belleza “distinta”. Para otros, “exótica”. Los más creativos la describieron como “folclórica”. Solo que se equivocaban. Tanya es una mujer hermosa. Pero, al menos dentro de nuestras latitudes nacionales, es imposible que se le describa como “distinta” o “exótica”.

El exotismo supone la “otredad”. Aquello que es atractivo pero con características prestadas, tal vez propias de otras latitudes. En Noruega, desde luego, una mujer como Tanya sería indudablemente “distinta” y “exótica”. Pero, dentro de nuestras fronteras caribeñas, cargadas del mestizaje propio del Caribe, Tanya es una de miles de mujeres con sus mismas características físicas: negra, tan negra como miles de jovencitas y mujeres puertorriqueñas que caminan a nuestro lado todos los días en las calles de nuestro país. Con una abundante cabellera crespa, de esas que son norma y no la excepción en nuestra genética nacional, pero que más de una vez quedan ocultas bajo una buena dosis de alaciados, secadores, rolos y queratina. Cabellera oscura, como la de la mayor parte de nuestra población, aun cuando en ocasiones quede oculta bajo tintes, decolorantes y destellos. Nada de “prestado” en la belleza de esa mujer. Ni exótica ni mucho menos folclórica.

Claro que alguien podría creer que lo es. Después de todo, las características que exhibe son comúnmente obviadas cuando se habla de la puertorriqueñidad. Mujeres como ella podrían pasar como “excepción” como consecuencia de la subrepresentación de nuestras mujeres negras o mulatas en los espacios que garantizan visibilidad pública. Pero esa falta de representatividad no debe ser confundida con “ausencia” en un país producto del mestizaje.

Tanya, señores, es la imagen de una de las caras de ese rostro multicolor que desfila a diario frente a nuestros ojos. A ver si de una vez y por todas nos queda claro.

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