Por: William Villafañe, secretario de la gobernación
Al momento de la publicación de estas líneas probablemente, como usualmente ocurre cada viernes, nos encontremos todos y todas preparándonos para los compromisos que podamos tener durante el fin de semana. Algunos aprovecharemos los días de descanso para fortalecer nuestros lazos familiares, compartir con terceros o encontrar ese necesario espacio tan personal para el descanso de la rutina y la vida cotidiana. Sin embargo, por razones culturales y religiosas, este fin de semana tiene unas particularidades que nos mueven a considerarlo uno distinto a todos los demás.
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Estoy seguro de que la mayoría de nosotros ha comentado ya entre sus seres más queridos que recuerda “como ayer” que en esta fecha se guardaba silencio absoluto en los hogares y que la programación regular de los medios de comunicación era sustituida por una especialmente dirigida a la conmemoración de la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Los mayores recordarán como el bullicio retomaba las calles ya en la tarde del Sábado de Gloria y como se transformaba el ambiente, en tan poco tiempo, en uno de sombra y penurias a uno de manifiesta y completa alegría. Los más jóvenes, tal vez dadas las circunstancias que traen consigo tiempos “modernos” pueden diferenciar “lo que pasaba en el pueblo” de lo que se vivía en días como estos en sus respectivos hogares o servicios religiosos.
No obstante, algo nos llama a aprovechar uno que otro espacio de este tan especial fin de semana para reflexionar. Para la introspección. Para la comunión espiritual, a veces con el ambiente y otras en comunidad religiosa, siempre con nuestros seres más queridos. Tomar tiempo para analizar nuestra relación con Dios y con los demás. Los sacrificios que han hecho otras personas por nosotros y los que nosotros, por amor, también hacemos para promover no solo el bienestar de aquellos que amamos más y de la comunidad general. En nuestro entorno podemos encontrar grandes ejemplos del triunfo del bien sobre el mal, de la vida sobre la muerte, del amor sobre la indiferencia, del esfuerzo sobre la inercia.
Bien se ha dicho antes: “para todo hay un tiempo en la viña del Señor”. Aprovechemos pues las circunstancias que nos presenta el presente, el aquí y el ahora, para como el personaje de Richard Bach en su obra Juan Salvador Gaviota, describirnos como “instructores” de aquellas lecciones de bondad y amor que nos presenta la vida y la historia de la humanidad. Inclusive sobre aquellas que por años han retrasado nuestro vuelo. Compartamos la oportunidad de ver la vida de manera distinta, de reconocer el valor del sacrificio y el significado de la vida plena. Permitamos que, en cada uno de nuestros corazones, renazca la fe; esa que es esencial para ponernos de pie, como individuos y como Pueblo, con la firme determinación de caminar por la ruta trazada hacia el mejor de los destinos. El que junto construiremos, con la ayuda de Dios, por nosotros y para nuestros hijos e hijas.