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Lecciones de un humilde pintor

Lea la columna de opinión de Lily García.

Hace unas semanas logré algo que venía posponiendo desde hace años por razones económicas: pintar mi casa por fuera. Escogí un color brillante, un azul entre cielo y mar, que me hace sonreír cada vez que lo veo. Pero hubo un momento durante el proceso de la pintura de la casa que también me hizo sonreír, pero por otras razones.

Por cuestiones de trabajo, me pasé entrando y saliendo mientras el señor dominicano que contraté para pintar la casa y su ayudante sellaban parte del techo, lavaban a  presión y pintaban. Pero hubo una tarde en que me quedé en casa trabajando desde la oficina y desde allí los escuchaba. El jefe era un hombre  cincuentón y su asistente un muchacho que podría ser su hijo y que además parecía tener poca experiencia en el asunto de la pintura.

Su mentor, sin embargo,  lo guiaba en todo momento con paciencia y hasta ternura.  Escuché cuando le decía cosas como: “Mira, esto lo puedes hacer mejor si empiezas por aquí” o  “Te está quedando bien, pero con calma que no hay prisa”. Nunca escuché un regaño o un grito. 

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Hubo un momento en que el muchacho estaba pintando el portón con pintura de aceite y sin querer tumbó la lata de pintura, derramándose casi la mitad sobre las losetas de la entrada de la casa.  El muchacho se alteró muchísimo, abochornado por lo que había ocurrido. Y la respuesta de su jefe fue: “No te aflijas. Eso le pasa a cualquiera. Vete y dile a la doña que me consiga un paño. Tú verás que esto sale”.

“No te aflijas”. No solo me conmovieron sus palabras, sino el tono compasivo que utilizó al decirlas. Solo alguien que tiene paz interior responde de esta manera a los errores de otros. Solo son buenos maestros aquellos que saben validar a la hora de corregir en vez de gritar y humillar a aquellos que cometen errores.  Te invito hoy a que busques responder siempre como lo hizo mi amigo el pintor: desde la paz que nace de la empatía.    

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