Me invitaron a cenar a un conocido restaurante de la zona metropolitana y en lo que la persona llegaba guardé mi teléfono móvil y me puse a observar la decoración, limpieza del lugar, los cuadros, el menú y a todos aquellos que entraban. En su mayoría eran parejas jóvenes y adultas enfocadas en su teléfono sin prestar atención a su acompañante. No se miraban a los ojos. Adiós a la conversación y al romanticismo que propiciaba el lugar. Me entristece porque, si bien el móvil es una computadora muy útil, en estos momentos promueve una cibercultura que aleja a los que están frente a ti. Tal como hacen algunos artistas y políticos que con el teléfono apagado simulan una llamada para que no los entrevisten, así mismo es el comportamiento descortés de aquellos que lo utilizan quizá sin darse cuenta de que alejan a los que están cerca. Así la suculenta cena, la hermosa vista, la conversación, las miradas, las ocurrencias y chistes quedan a un lado. Los solitarios del teléfono que observé se reían solos, no conversaban e ignoraban el mundo a su alrededor, incluyendo al mesero. El problema de ello es que están promoviendo la antisociedad, la falta de verbo, la incultura y la grosería. Sé que muchos padres de adolescentes y universitarios tienen tremendo problema con esa conducta. Yo la tengo con los jóvenes universitarios a quienes se les exige apagar el celular mientras toman sus clases. De verdad que es una lucha que no ganaré, pero por lo menos aprenden por dos horas lo que es respeto y cortesía. Mientras tanto, he adaptado ese recurso a algunas asignaciones en las clases.
Me pregunto cómo no tropiezan mientras tienen las miradas clavadas en las pantallas y cuando conducen siguen conectados a juegos electrónicos. ¿Por qué nunca aparece un policía para darles la multa correspondiente?
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Sepa usted que esa conducta del tecnoadicto tiene nombre en el ámbito de las comunicaciones y se llama phubbing. No es un término aceptado por la Real Academia Española, pero así se le conoce en los círculos que estudian los comportamientos de la gente con sus móviles. De hecho, desde el 2007, se está utilizando esa palabra para referirise a las personas que no se pueden adaptar a su vida cotidiana sin el teléfono celular inteligente. El phubbing nació en Australia y etimológicamente se refiere a phone (“teléfono”) y snubbing (“despreciar”). El problema del phubbing es que va en aumento porque los padres han escogido todo tipo de artefacto inteligente como móviles y tabletas como niñeras. Se puede imaginar cómo será ese niño cuando llegue a la universidad en términos sociales. No tendrá hábitos de estudio, no sabrá cómo es el olor de un libro y mucho menos podrá interaccionar con sus semejantes. Quizá cuando llegue ese momento será diferente y no se considere descortesía. Me imagino que todos los comunicadores tendremos que replantear las teorías de comunicación y dilucidar si, en lugar de regañar al descortés, se deben adaptar nuevas reglas de conducta de manera que no provoque molestia la conducta del tecnoadicto.
En este mundo virtual tenemos que aprender que hay asuntos personales más importantes que contestar un mensaje de Facebook, que es más valiosa la conversación que aporta ideas que el entorno que se desarrolla con Candy Crush y que no es lo mismo leer un libro en la pantalla de un celular que tener el libro en las manos. Aclaro que me gusta la tecnología como parte de nuestro diario vivir para resolver asuntos más rápidos, pero siempre tengo presente que, así como nos conecta con el mundo, nos aleja de nuestro entorno inmediato, incluyendo las personas que uno quiere. Es como una lucha interna entre el mundo virtual versus el real. Llegó la persona que me invitó a cenar; así que los dejo porque tengo que mirarle la cara y enviar los textos después.