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Esos primeros segundos en los que mi mirada se topó con su pequeño rostro han supuesto un vuelco.

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1:56 de la tarde del lunes. Sentado en la sala de mi casa, en medio de un cortísimo momento de respiro, me siento a escribir estas líneas. El sueño pesa, pero es más grande la satisfacción. La pasada noche supuso la desvelada más gratificante de mi vida, de esas jornadas que —aunque cargadas de ansiedad, cansancio y falta de sueño— terminan por convertirse en un ejercicio de amor, un punto de partida. Mi vida es hoy antes y después de su llegada. Milena llegó a nuestras vidas pasadas las 5 de la tarde del domingo a pintarlo todo de un nuevo color.

Esos primeros segundos en los que mi mirada se topó con su pequeño rostro han supuesto un vuelco. Y la reflexión, así, trasnochada, no ha podido esperar.

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Milena merece lo mejor de nosotros. Y no existe duda de que su madre y yo nos convertiremos en satélites en torno a la órbita de sus necesidades. Sin embargo, un segundo de reflexión no puede hacer otra cosa que hacerme concluir que esas que se convertirán en sus necesidades serán sin duda el reflejo de otros. Como los hijos de todos los que viven en esta tierra bendita, mi pequeña merece un país reconstruido. La zapata está ahí, firme. Después de todo, este país se ha levantado sobre los hombros de hombres y mujeres de una pieza, de esos que trabajan de manera incansable, de espíritu solidario, que mueven cada uno de sus pasos en torno a los intereses de los suyos y del colectivo. Pero es necesario hacer mucho más para evitar que el germen del desánimo y el conformismo sigan ganando terreno.

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Milena y los hijos e hijas de esta tierra merecen un país que atienda sus necesidades y que coloque los intereses de los muchos sobre los de unos pocos. Y eso requiere mirada crítica, desapego a ese tribalismo que se ha tornado caníbal, y la denuncia que nos separa de la conformidad. Mi hija y los hijos de todos merecen un país eficiente, que garantice los servicios de todos y busque la excelencia. Merece un trabajo en dignidad; una educación de primera, que le reconozca como igual. En un mundo en que los hombres somos ley, se le reconozca valía por sus cualidades y no por su género. Que sea educada en equidad para que sepa que hombres y mujeres tienen igualdad de derechos y responsabilidades, y que esos derechos y responsabilidades no están condicionados por su sexo biológico. Merece ser ciudadana de un país cuyo sistema de salud finalmente priorice los servicios a los ciudadanos y no las ganancias de quienes los brindan. Merece la posibilidad de andar las calles de su patria sola, con la certeza de sentirse segura y libre para hacer vida en sociedad. Merece tener la posibilidad de echar raíces en su patria, saltarse la suerte de aquellos que, sin quererlo, han tenido que llevar sus anhelos a otras latitudes por falta de oportunidades.

A pesar del desánimo colectivo, el cansancio o la desilusión por el desempeño de quienes nos han traído hasta este presente de incertidumbre, es preciso echar el resto por ella, por todos lo que llegan y tendrán que recuperar los pedazos rotos de la patria. Milena, hija, papá y mamá harán su parte. Bienvenida a esta
bendita tierra.

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